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Por Marcelo Cafferata

Quizás Christian Petzold nos tenga “mal acostumbrados” con su cine, que siempre se nutre de múltiples interpretaciones y que nos invita a tratar de desentrañar a sus personajes, con una fuerte carga de enigma, seres atravesados por la angustia existencial y los conflictos del pasado. Esto es, en principio, el primer favor que nos desequilibra en “CIELO ROJO – AFIRE”, última obra en su filmografía, premiada en el Festival de Berlín y que muchos pudimos disfrutar en el último BAFICI.

Hay mucho de ritmo de comedia, terreno en el que Petzold había preferido no ingresar y sobre todo, una incertidumbre permanente de hacia dónde va el relato (o mejor dicho, hacia dónde quiere que vayamos), que desestabiliza y sorprende en partes iguales y que nos invita a dejar atrás cualquiera de los formatos de los que se ha servido en sus películas anteriores, demostrando una vez más su versatilidad y su juego con el lenguaje puesto al servicio de contar historias.

León (Thomas Schubert, un nuevo protagonista del universo Petzold) es un escritor que parece enfrascado en su propio ombligo y que quiere tomarse unos días de descanso para darle impulso a su segunda novela con la que obviamente padece un bloqueo, después de un inicio auspicioso en el mundo literario. Deciden entonces, con su amigo Félix partir rumbo hacia una casa de la costa donde él pueda avanzar en la escritura y donde su amigo pretende proponerse un portfolio que también tiene pendiente.

Pero nada acontece tal cual lo tienen programado y de ahí la derivación casi inmediata al tono de comedia con el que Petzold abre la puerta a una geografía diferente para sus personajes. Primeramente porque apenas llegan a la casa, la madre del amigo avisa que está ocupada y que deberán compartir ese espacio que pensaban privado y luego porque Félix no parece estar tan preocupado por cumplir con su trabajo como León y se tienta mucho más fácilmente con la idea del mar, la playa y el descanso.

Precisamente, esta idea de mar (o más precisamente del agua) aparecía marcadamente en “Undine”, su trabajo anterior con el que “CIELO ROJO” estrecha vínculos y cierra este trilogía de los elementos con el fuego que está avanzando sobre toda la región y que se convierte en un protagonista más de la historia como el punto que desequilibra y presenta un peligro adicional: otro de los tantos factores  con los que debe lidiar León, que se siente permanentemente acechado por cada uno de los inconvenientes que vienen sufriendo desde antes de llegar a la casa.

Ya alejado de sus colaboraciones con Nina Hoss, ahora vuelve a aparecer Paula Beer (“Undine” y “Transit”) como Nadja, la tercera ocupante de la casa que trae, en un primer momento la tensión sexual y una energía completamente diferente para instalarse luego como objeto de deseo sobre el que van girando, alternativamente los otros protagonistas del film.

Como suele suceder en los romances de Petzold, hay mucho de amor fou y de presencias fantasmales: ya desde la forma en que elige presentar a Nadja dentro de la historia -que tarda en aparecer en pantalla y que con su bicicleta parece necesario vincularla directamente con otro de sus trabajos anteriores (“Bárbara”)- la idea de una figura etérea e inalcanzable es parte de lo que propone este director en este nuevo trabajo, que aún con aires de comedia, pasa por zonas sumamente profundas con ese análisis tan pormenorizado que hace sobre las relaciones de pareja.

Trabajando permanentemente con el peso de la existencia hasta en el relato cotidiano, Petzold vuelve a armar un rompecabezas interesante (inclusive incorporando miradas más inclusivas sobre las relaciones amorosas que no aparecían en sus trabajos anteriores) e imprevisible, donde el fuego aparece con la posibilidad de ser “leído” desde múltiples puntos de vista. Uno de ellas, es ese fuego sagrado que parece no aparecer en León hasta que finalmente, con un guiño y un giro cómplice, Petzold retoma esa conexión con su universo desconcertante y sorprendente, de seres quebrados en búsqueda de una redención amorosa en la que León quizás pueda dar el salto.

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