Por Marcelo Cafferata
Mikel (Joseba Usabiaga) intenta procesar un fuerte momento de crisis: no sólo no tiene trabajo ni un proyecto en donde canalizar su energía, sino que además no consigue salir del pozo en que lo ha dejado sumido la ruptura con su novia. Tratando de buscar una potencial salida, acepta partir intempestivamente hacia Buenos Aires, dejando su país vasco natal, tierra con la cual tampoco se siente demasiado identificado: un lugar en donde se privilegian las raíces y predomina el arquetipo de hombres fuertes y temperamentales, cuestiones que lo hacen sentir un extranjero en su propia tierra.
Aceptando la invitación de un familiar (el hijo de su tía abuela personificado por Eduardo Blanco) apenas pisa territorio argentino y llega al pueblito donde viven sus parientes, no tardará en darse cuenta que su decisión de cruzar el Atlántico, pueda no haber sido del todo correcta.
Jabi Elortegi detrás de la cámara se las ingenia para hacer centro en este personaje que, renegando de su propia identidad vasca, cae en una comunidad pueblerina en donde no harán más que remarcarle su origen, su idiosincrasia, su cultura, tan añorada por todos quienes han emigrado a nuestro país y a los que futuras generaciones le siguen rindiendo tributo. El guion de Arantxa Cuesta y Xabi Zabaleta elaboran diferentes líneas de acción entrecruzadas para ir desde el relato familiar, el desarraigo y el terruño, la memoria colectiva y el lazo con lo ancestral, sensaciones que se van mezclando con el viaje personal del protagonista para construir una nueva identidad en un nuevo espacio.
Las ideas de opuestos (complementarios) entre los personajes de Usabiaga y Eduardo Blanco aportan dinamismo y un tono de comedia que facilita abordar algunos temas más profundos. La llegada de Mikel activa en la madre de Chelo/Blanco (y de Laura Oliva, su hermana, nuevamente desplegando su histrionismo jugando tanto en la comedia como en el drama) todos los recuerdos de su tierra y el vinculo con su hermano ya fallecido. La presencia del recién llegado y la confusión que provoca en la anciana al confundirlo con su propio hermano entreteje toda una trama en donde Elortegi puede desplegar un costado más sensible vinculado con el paso del tiempo, la vejez, los recuerdos y el lugar de pertenencia que nunca dejar de pesar en los sentimientos.
Con algún guiño inevitable a “8 apellidos vascos” de Emilio Martínez Lázaro en la que también se trata en tono de comedia al estereotipo del Euskadi y puede reírse de sí mismo, “EL VASCO” va mucho más allá de un simple contrapunto sobre los estereotipos para internarse lentamente en una historia mucho más profunda sobre las heridas del exilio, la construcción de una identidad y las propias raíces. Y lo logra, con creces, con mucho humor pero también con mucha sensibilidad.