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Por Marcelo Cafferata

Sabemos que Disney es un gran imperio y que permanentemente está a la búsqueda de nuevas franquicias y producciones que cautiven al gran público que sostiene su reinado dentro de la gran industria.

Anualmente (o hasta dos veces por año) lanza un nuevo largometraje de animación, nos entrega  sus producciones juntos a Pixar, ha comprado la franquicia de una de las sagas más exitosas de todos los tiempos como es “Star Wars” y, en su voracidad por el mercado, otra de sus líneas de trabajo son las adaptaciones live action de sus grandes éxitos y clásicos animados.

Así fue como después de volver a soñar con la historia de “Cenicienta” o “La Bella y la Bestia” -dos de las grandes princesas animadas que cobraron vida en la pantalla-, hubo otras adaptaciones volcadas a la aventura como la deslumbrante “El libro de la selva” o “Aladdin” con Will Smith como el genio, una arriesgada relectura de “Alicia en el país de las maravillas” que ganó más en la estética burtoniana que en la actualización de la locura de Carroll, o la sobreabundancia de personajes creados con CGI para “La dama y el Vagabundo” y “El Rey León” -versión calcada de su original-, que despierta en cada entrega diversas polémicas sobre si vale la pena volver a montar estos clásicos una vez más.

“Mary Poppins” vuelve a Londres de la mano de Emily Blunt  que hace esfuerzos sobrehumanos pero jamás lograr borrar la imagen de la inolvidable Julie Andrews, hemos sufrido con el desatino de despedazar la historia de “Dumbo” en manos de una fallida adaptación de Burton y Winnie the Pooh con toda su pandilla vuelve a aparecer en una nostálgica “Christopher Robin” de la mano de Ewan Mc Gregor. En cada una de esas ocasiones no podemos determinar si es la falta de ideas, el atractivo de que las generaciones anteriores acompañen a las nuevas intentando replicar la emoción que vivieron con esos entrañables personajes o sólo encontrar un nuevo negocio, lo que hace que continúen produciéndose este tipo de películas que hacen que aquellos seres animados cobren vida, presentando aciertos y desaciertos, puntos a favor y en contra casi por partes iguales en cada uno de los intentos.

Quizás, nuestro desafío como espectadores sea que intentemos llegar a cada nuevo encuentro, libres de preconceptos e intentar sortear la inevitable comparación que surge en cada caso. Pero la fuerza de la referencia y de la marca que (nos) ha dejado ese original que vimos en nuestra niñez, hace que sea prácticamente imposible no espejarlo y que aparezca, esa paradoja que si se sigue al pie de la letra la versión anterior se lo tilda de “copia” pero si se aparta demasiado de la propuesta original nos suene a una imperdonable “traición” al espíritu del clásico.

Era casi imposible que con todos los atractivos que tiene la historia de “MULAN”, no fuese una de las grandes elegidas para cobrar vida en esta serie de hits de Disney que buscan encarnarse y precisamente se constituyó en uno de los grandes “tanques” del 2020, donde la compañía invirtió más de 200 millones de dólares en gastos de producción. Accidentalmente, su estreno comercial encontró con serios problemas frente a la pandemia y el aislamiento obligatorio que golpeó a nivel mundial, quedando entonces “relegada” a estrenarse en pantallas de streaming por medio de Disney+, donde finalmente hace pocos días pudimos conocer esta nueva mirada al clásico animado de 1998.

MULAN” no es una adaptación más. Primeramente porque en esta época donde se impone una nueva mirada al rol de la mujer, donde el empoderamiento femenino y la igualdad de género juegan papeles tan importantes en todos y cada uno de los sectores y la construcción de una nueva identidad es prioritaria, la figura de una princesa guerrera es tan atractiva como actual y presenta una contundente vigencia.

Mulan, al igual que Mérida (“Valiente” de Disney-Pixar) o Pocahontas son heroínas fuertes y temperamentales, lejos del ideal de princesa clásica de Blancanieves, Cenicienta o La Bella Durmiente que estaban a la espera de que su príncipe azul viniese al rescate. Ya desde Ariel (“La Sirenita”,1989) –y su deseo imperativo de tener “un par de piernas”, rompiendo todos los esquemas-, Disney empieza a mostrar princesas que desafían mandatos familiares, sociales y demuelen viejas estructuras, princesas que apuestan a subvertir el status quo establecido y que luchan por ocupar un espacio diferente al que tenían como destino. Y “MULAN” es, indudablemente, una de ellas.

Por otra parte, esta versión 2020 de Niki Caro (directora de la impactante “Jinete de Ballenas”) tampoco puede considerarse como una más dentro de estas adaptaciones, sino que se posiciona con grandes diferencias frente a la versión animada, con un gran trabajo en la dirección de arte y en la fotografía –que deslumbra con los paisajes de la región china de Xinjiang donde fue filmada- y que se anima a que aparezca la oscuridad y la violencia que despierta una guerra.

El guion de Rick Jaffa y Amanda Silver (que han trabajado en equipo en “Jurassic World” o “El planeta de los simios”, entre otros) apuesta a un tono más seco, con mucha más solemnidad y rigurosidad, totalmente carente del humor que suele presentarse en este tipo de productos familiares, alejándose en varios momentos de la típica receta Disney –que tanto podría tomarse como un elogio, como sentirse desorientado sobre cuál es el público al que el producto va dirigido- para abrevar de otras fuentes a las que claramente les rinde homenaje.

La “MULAN” de Niki Caro abandona toda liviandad y se instala mucho más cerca de las batallas multitudinarias de las producciones de Zhang Yimou como “Héroe” y de las luchas coreografiadas de “La casa de las dagas voladoras” que también aparecen en “El Tigre y el Dragón” de Ang Lee y se tomará ciertas libertades cuando presente al personaje de la bruja (interpretado por Gong Li, quizás en un guiño cómplice con estos directores a los que se homenajea) donde se genera el espacio para un espíritu poético y de cierto realismo mágico o un coqueteo con los mitológico, que aporta también un plus en esta nueva mirada, pero, al mismo tiempo, una gran diferencia respecto del original animado.

Caro hace foco en una heroína en plena contradicción con su lugar en la sociedad, en su época y en el propio entramado familiar. Una mujer que no encaja y deberá luchar por rescatar su verdadera esencia y reencontrarse internamente con quien realmente quiere ser, aún luego de ser tildada de traidora, impostora y se la amenace con la expulsión y el “destierro”, sin perder el eje de su búsqueda interior.

Habrá quienes amen estas diferencias sustanciales y habrá quienes extrañen el espíritu del original (se extrañan, mucho (!) las versiones musicales de “Reflejo” y “Tu corazón”) pero con este nuevo estreno de “MULAN”, Disney demuestra una vez más una capacidad para reinventarse y adaptar sus grandes clásicos a versiones que pueden dialogar con la actualidad y dejar atrás, al menos por un momento, aquellas princesas tan apegadas al modelo patriarcal para mostrar la fortaleza de un corazón guerrero que cumple con los ideales de lealtad, valentía y verdad, que lucha por ocupar su lugar.

Un excelente mensaje para las generaciones que nos suceden.

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