Tiempo de lectura: 3 minutos

Por Marcelo Cafferata

Conocimos a Cristina Clemente a través de “Laponia“ (y esperemos que muy pronto llegue su texto “En terapia integral“), por lo tanto, sabemos de su capacidad de poder desnudar profundamente las idiosincracias, hablar con una mirada incisiva sobre los vínculos o tomar con mucho pero mucho humor, las miserias y las contradicciones que habían en cada uno de nosotros.

Ya hemos visto un grupo de obras de teatro e inclusive muchas películas, que hablan sobre el desequilibrio que se produce dentro del núcleo familiar cuando  se debe atravesar el proceso de una enfermedad compleja sufrida por alguno de sus integrantes. En este caso, dos hermanas reciben la noticia del diagnóstico de Alzheimer de su madre, una situación que cambiará profundamente sus vidas y disparará diversas situaciones que deben resolver comenzando con la primera, que es la manera en que se lo comunicaran (o no) a su padre.

Con una dramaturgia sencilla pero profunda “QUEREMOS IR AL TIBIDABO” –que había sido presentada en Timbre4 en el Festival Temporada Alta en Buenos Aires (TABA)-, logra escapar rotundamente del drama para instalarse con un tono de comedia agridulce en donde siempre hay espacio para ponerle humor a cada una de las decisiones que deben tomar estas dos hermanas intentando acompañar y aceptar, de la mejor manera posible, este duro proceso.

El texto, se divide claramente en dos mitades. Una primera parte en donde nos vamos introduciendo en la problemática y en las vicisitudes que aparecen a partir de este diagnóstico certero  y una segunda parte, ya más alejados del golpe de haber recibido esta mala noticia, donde nos adentramos en las desventuras de la contratación de alguien que pueda ayudarlas con el cuidado de su madre con la paradoja de no contar, prácticamente, con ningún presupuesto.

Clemente sabe utilizar distintos mecanismos para escaparse estratégicamente de los lugares comunes y contar una historia ya contada, pero con sus propios matices, creativos y que marcan una diferencia. Romper la cuarta pared, interpelar al espectador, interrumpir la historia para pasar a dos micrófonos de pie como si las protagonistas volcaran sus experiencias en un espectáculo de Stand Up, hace que el drama se vuelva comedia y que estas dos hermanas parezcan ser parte de nuestra familia.

Dos hermanas, incluso, con dos puntos de vista diferentes y una brecha generacional: por un lado Marta, la hermana menor que aún vive con sus padres y enfrenta esta noticia dentro de su propia casa mientras que Eli, la hermana mayor, quien ya ve la casa familiar desde lejos pero también siente que su vida, su trabajo, su pareja, quedan “patas para arriba” frente a este diagnóstico. Aún en sus diferencias, ambas deciden en forma unánime no contarle nada a su padre y que se mantenga una aparente felicidad que no altere el equilibrio familiar aunque ambas sientan (con hechos que irán sucediendo luego) que su padre sabía perfectamente lo que estaba sucediendo.

Una vez instalados los personajes, en la segunda parte, el texto duplica la apuesta e introduce el personaje de la amiga/cuidadora, que dinamiza y hace girar la historia por otros carriles y que al mismo tiempo genera situaciones realmente desopilantes. La pureza y la minuciosidad en la construcción de los personajes y el contacto con su costado más humano, hacen que podamos empatizar rápidamente con cada una de las situaciones que se platean.

La puesta de Natacha Delgado apuesta a la misma simpleza que tiene el texto para ganar profundidad conduciendo a tres muy buenas actrices que se ponen naturalmente en la piel de los personajes y sobre todo en la segunda mitad de la obra cuando aparece un ritmo más acelerado, logran composiciones que tienen la misma posibilidad de conmover que convocar a la carcajada.

Carolina Sobisch en el rol de Marta, va ganando confianza a medida que avanza la historia y hace un excelente contrapunto y se acompañan con buen timing con Piedad Montero Márquez que compone a Eli con un registro algo más histriónico y volcado a la comedia.

Cuando Fabiana Mazota como la amiga / cuidadora aparece en escena, es un torbellino que oxigena e irrumpe en la historia con ese tono descabellado que ella maneja tan bien, construyendo una criatura ingenua y querible que logra momentos sumamente destacados.

Ese parque de diversiones barcelonés que es el Tibidabo (al que se lo evoca desde el título), nos transporta a ese lugar de la niñez, refugio en un mundo mágico habitado por la alegría, tan lejano al dolor, un oasis en el que todos quisiéramos estar,  y al que las protagonistas siguen anhelándolo como ese espacio idílico al que siempre se quiere volver.

QUEREMOS IR AL TIBIDABO

Dramaturgia: Cristina Clemente

Dirección: Natacha Delgado

Con Piedad Montero Márquez, Carolina Sobisch y Fabiana Mozota

Timbre 4 – Avda Boedo 640 – Domingo 20.15 hs

Compartir en: