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Por Marcelo Cafferata

Corre el año 2016: Miranda es profesora de Literatura en un colegio secundario y vemos como al final de su día viernes, sale del colegio con la amenaza de perder su trabajo porque ha apoyado abiertamente a una de las estudiantes frente a las denuncias de abuso que han planteado.

Ese fin de semana será un momento de replanteos, de cambios de mirada, de reformular algunos de sus vínculos, un momento de volver a bucear sobre sus deseos y reconstruir su presente. En su universo personal se mueven como pequeños satélites a su alrededor sus dos hijas (una de ellas con una discapacidad que le plantea ciertos desafíos, con momentos donde la relación puede fluir mejor y otros donde aparecen ciertos conflictos), su ex marido, su novio y sus padres: su padre con una notable pérdida de la memoria, anclado en su pasado en Italia y confundiendo todos sus vínculos y una madre con la que aún tiene una gran cantidad de cuentas pendientes, reproches y un vínculo rígido y conflictivo, a la que entre otras cosas le reprocha su adicción al cigarrillo ya que cuando era niña la madre le proponía fumar juntas para sentirse acompañada –un pequeño acto con el que el personaje queda pintado de cuerpo entero-.

Para completar esta compleja red vincular, a la movilización interna que le plantea esa toma de posición de las estudiantes en el colegio, aparece la noticia sorpresa de que una de sus hijas se ha ganado una beca de dos años en el exterior y el conflicto con su madre que durante ese fin de semana parece tener un punto de quiebre importante.

En este momento de cambio y de tanta inestabilidad, Miranda se apoya en los recuerdos de sus 17 años, en aquella banda de rock de la que ella formaba parte que la va acompañando a cada momento (y que a su vez va musicalizando varios momentos de la película de una forma original y creativa) y siguiendo su impulso, vuelve a contactar a su amigo proponiéndole volver a tocar juntos.

MIRANDA, DE VIERNES A LUNES” cuenta con la delicadeza de María Victoria Menis que tanto desde la dirección como en el guion, entrama lentamente cada uno de los conflictos por los que Miranda atraviesa durante ese fin de semana tan particular y sin poner ningún acento particular ni subrayar ninguno de ellos, la acompaña en este atravesamiento y en este tiempo de cambios y definiciones. Aparece el pasado en sus diversas formas, el tiempo que pasa y suele medirse espejado en el crecimiento de los hijos, las cosas que conviene soltar, los recuerdos que se hacen presentes y a los que Miranda ansía volver: un momento de verdadera revolución interior que no sólo está narrado con gran sensibilidad sino que cuenta con la gran Inés Estévez, poniéndole el cuerpo a una heroína de carne y hueso con los conflictos propios de una mujer que se acerca a sus 50.

Estévez atraviesa cada uno de los vínculos de Miranda con su entorno, desplegando una notable cantidad de recursos, dotándola de diversos tonos y colores que hacen crecer la historia, sobre todo logrando grandes momentos con sus silencios y sus miradas, y un rostro que la cámara de Menis explora con detalle.

Además “MIRANDA, DE VIERNES A LUNES” cuenta con un notable equipo de secundarios que la acompañan a Inés Estévez que son un verdadero dream team. Luciana Grasso y Laura Grandinetti son sus dos hijas (ambas sumamente espontáneas, logrando una gran complicidad entre ellas y con su madre), Diego de Paula como el ex marido y Esteban Menis como el rector del colegio. Una mención especial para los trabajos de Ricardo Merkin como el padre de Miranda y de Elvira Onetto que construye una madre de antología.

Menis sabe llevar el pulso de una historia que busca explorar el deseo y descubrir lo que se quiere para este presente, aunque irremediablemente haya que sanar situaciones del pasado pero teniendo como eje la libertad y las ganas de ser fiel a uno mismo.

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