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Por Marcelo Cafferata

Cuando ví a Lorena Vega en “Todo tendría sentido si no existiera la muerte” de Mariano Tenconi Blanco en ese personaje de una maestra diagnosticada con una enfermedad terminal que decide cumplir un último deseo tan delirante como profundo, quedé absolutamente impactado -como en cada uno de sus trabajos arriba del escenario-. Así llegué a “La vida extraordinaria” en dupla con la genial Valeria Lois y al poco tiempo fui testigo de esas pocas funciones de “IMPRENTEROS”, programadas en el Centro Cultural Ricardo Rojas allá por el 2018, con un formato de biodrama que mezclaba su historia personal con su carrera como actriz, sumando la dramaturgia y la dirección del espectáculo.

Aquellas míticas funciones en el Rojas donde el publico era invitado a colgar las fotografías con broches de madera, inundando de serigrafías en las tanzas de las paredes de la sala, fueron el gérmen del fenómeno teatral que fue “IMPRENTEROS” agotando localidades en cada uno de los teatros que se fue presentando, generando ese boca a boca que hace que ningún amante del teatro quiera perdérsela y poco a poco, el fenómeno fue creciendo –la obra se presentó en Capital Federal, en todo el conurbano y migró a España y Uruguay-, hasta llegar a publicar el libro de la obra y ahora, a través de este documental, dejar registro de este viaje al centro de la historia familiar, de los recuerdos, de transitar el duelo frente a la muerte de su padre.

Los tres hermanos Vega (Lorena, Federico y Sergio) tuvieron que disputar la herencia con los medio hermanos, los tres hijos de la segunda pareja de su padre, quienes tomaron la decisión de cambiar la cerradura de la imprenta familiar en Lomas del Mirador, emprendimiento al que Lorena y sus hermanos nunca más pudieron ingresar, generándose no sólo un perjuicio económico sino que no pudieron acceder a ese espacio de infancia, de adolescencia y de vínculo íntimo con la historia de su padre.

Como no podía ser de otra manera, el documental inicia con una de las escenas más representativas de la obra, la filmación del cumpleaños de 15 de Lorena en donde a través de algunas imágenes logra explicar en forma simple y directa, todo el funcionamiento familiar –algo disfuncional por cierto- y en donde principalmente recuerda la negativa de su padre de hacer sus tarjetas para el evento con la excusa de que él no se dedicaba a trabajos para eventos sociales.

En plena época de pandemia, Vega junto con Gonzalo Zapico comienzan a trabajar sobre la idea de registrar la evolución de “IMPRENTEROS” en el libro que los hermanos comienzan a elaborar a partir de su experiencia teatral. Como un juego de espejos que se refractan unos sobre otros, este proyecto del libro vuelve sobre las palabras, la tinta, las especificidades de la industria gráfica, la edición, las imágenes que deberán seleccionar, las resmas que atraviesan las guillotinas y las maquinarias para convertirse en pilas de libros que pronto llegarán a los lectores.

Tanto la obra, como el libro y ahora el documental, no solamente rescata el valor de un oficio también atravesado por los avances tecnológicos –a los que el padre de los Vega se negaba rotundamente-, sino que profundiza sobre los vínculos familiares, la historia personal, la mirada de cada uno de los hermanos frente a lo acontecido, el rol de una madre que fue eje de la familia frente a la separación  y sobre las diferentes formas de transitar ese herida familiar que se transformó gracias al arte.

IMPRENTEROS” también brinda ese espacio de homenaje a la clase obrera, al emprendimiento que sostuvo económicamente a una familia de clase media, a los laburantes y a los que aman su oficio. Y todo lo impreso favorece a la construcción de la memoria, de aquellos objetos que se van atesorando: una fotografía, un folleto, etiquetas de envases, publicidades y finalmente un libro (editado por Gabriela Halac de Ediciones DocumentA/Escénicas), conteniendo todos esos recuerdos.

Si bien las puertas del taller de Lomas del Mirador intentaron cerrarse para estos tres hermanos Vega, la creatividad y el arte generó un dispositivo escénico que se sigue multiplicando en el escenario, en un libro o en una película, para que tanto ellos como nosotros como espectadores podamos seguir entrando todas las veces que sea necesario, para seguir sientiendo el olor a tinta, el ruido de las máquinas y que siga vigente esa danza que se reproduce en el escenario representando el movimiento del papel en la imprenta.

Sobre el final, no hay mejor cierre que la frase que Sergio le dice a Lorena, que describe en unas pocas palabras todo un recorrido de tránsito del duelo y de la despedida, de abordarlo de una forma diferente, donde el arte abre puertas que uno nunca hubiese imaginado: “Hermanita, gracias por enseñarme a tirar ese portón abajo, de una forma diferente de la mía”.

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