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Por Marcelo Cafferata

Una de las cosas que sorprende profundamente del cine de Martín Farina, es su posibilidad de mutar y convertirse en “otro” en cada uno de sus proyectos. Basta recorrer su filmografía y ver que puede pintar de cuerpo entero a Raúl Perrone en “El Profes1on4l”, meterse con su cámara dentro de una concentración de futbolistas y recorrer su intimidad en “Fullboy” o acompañar en una exploración única e íntima de la filósofa Esther Díaz y su mirada del posporno en “Mujer nómade”. Salta de su ultimo trabajo “El Fulgor” en 2021, un relato de colores, cuerpos y miradas en el Carnaval de Gualeguachú donde la fuerza de la imagen opaca a las voces, a “Los convencidos” donde el peso de la palabra es el eje fundamental que muestra el exceso discursivo y el placer de la esgrima verbal, el debate apasionado no importa cuál sea el tema.

En “EL CAMBIO DE GUARDIA”, un grupo de hombres entre los que se encuentra Norberto, el padre del director, llevan a cabo el ritual de reunirse todos los años en la puerta del Cabildo para ver el cambio de guardia del Regimiento Patricios. Esto los remite directamente a las épocas en que ellos mismos fueron parte de este regimiento cuando realizaron el servicio militar –en aquel momento obligatorio-, sobre el que uno de los personajes incluso sostiene que ese momento de la colimba fueron 18 meses de encierro injustificado. Por el contrario, la gran mayoría –e incluso él mismo- sostienen que gracias a ese período compartido, han logrado un grupo que puede considerarse como familia por el fuerte vínculo que lograron generar entre ellos.

Farina pone en juego varios elementos de trabajos anteriores de su filmografía, aparecen los debates políticos apasionados, el paso del tiempo evocando desde la madurez aquella época de juventud, encuentra una excusa perfecta para volver a sumergirse en un mundo de masculinidades sin dejar de lado sus anécdotas, sus emociones y la comunión de grupo que aparece tanto en un cumpleaños, como en un asado, como en ese encuentro anual que es cita obligada.

El grupo atraviesa algunas “bajas” (Juan, uno de los integrantes desaparece por casi dos años y en la película queda registrado su regreso), la emoción de los regresos, de los recuerdos compartidos profundamente y las charlas entre amigos que van modificándose a tráves de los años, todo esto atravesado por un eje común que subyace durante toda la película sobre la forma en que Farina trabaja el mundo masculino. ¿La emoción esa que los atraviesa hasta quebrarse es una forma de poder representar las nuevas masculinidades? ¿La confraternidad de la colimba, el asado y las discusiones acaloradas están impregnadas de esa mirada del mundo masculino que lo hace diferente a todo?

¿Frente a la consabida grieta por miradas políticas contrapuestas, este grupo de hombre se apasiona de una forma diferente a lo que podría ser un grupo de mujeres?  

Ese estudio del mundo masculino bajo el ojo de Farina que es una de sus marcas de autor, es siempre un punto de vista interesante, inquieto, activo, cuestionador. Pero también tiene una mirada profunda sobre esos momentos de juventud donde estaban tan unidos y con un factor aglutinante y una mirada común, a medida que pasa el tiempo y con diferencias políticas mediante, también la grieta se hace presente en el grupo. Entre las discusiones aparece el simpatizante macrista en un grupo mayoritariamente peronista y más precisamente K en donde se instalan como en un “boca-river” permanente los estereotipos y las estigmatizaciones sobre los gorilas, los zurdos, la policía, el terrorismo de Estado, la política kirchnerista y una revisión a algunos puntos clave de nuestro 40 años de democracia pasando por Alfonsín, Menem y otros personajes icónicos.

EL CAMBIO DE GUARDIA” juega con el pasado para hablar abiertamente sobre temas de una impactante actualidad y a través de ese grupo de amigos permite sumergirnos en la pintura de ese micromundo, para hablar concretamente de nuestra idiosincrasia, nuestro ser nacional, nuestro propio inconsciente colectivo,  el fervor político y  la mirada social siempre presente. Todo en el tono que propone Farina en sus trabajos: lúcido, creativo, sagaz, sin subrayados, privilegiando que sus personajes fluyan frente a la cámara y que, de este modo, el espectador pueda participar activamente de la propuesta.

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