Por Marcelo Cafferata
Miguel Kohan, realizador de “Café de los Maestros” (2008), “El Francesito” (2016) y “Rivera 2100, entre el ser & la nada” (2020) entre otros títulos, presenta en esta edfición de BAFICI su nuevo trabajo documental “ÁNIMU” donde retrata la vida de Wara, una adolescente de la Puna, dedicada al mundo de la música tanto a través de su voz –hay un par de canciones que canta en la película que logran momentos realmente conmovedores gracias a un tono de voz sumamente particular- como a través de la ejecución de su violín.
Kohan pone su cámara al servicio de Wara quien está viviendo dos situaciones que forman un punto fuerte de inflexión en su vida. Por un lado, se está udando a un barrio en las afueras de Jujuy con todo lo que este cambio implica. Pero además de su situación de volver a arraigarse en un pueblo diferente al de sus raíces, transita el duelo por la muerte de su abuela paterna que está completamente presente en cada uno de sus pensamientos.
En el cine de Kohan vuelvne a aparecer como temas importantes, la conexión con la naturaleza y con la tierra –fotografiada en un brillante e impecable blanco y negro por Federico Braken- y la importancia de la relación con los ancestros, en este caso representado en el vínculo con su abuela y con su tía, figuras fuertes de la linea de mujeres de la familia que dejan su marca espiritual en Wara, quien formará parte de ese legado y sobre el que ella reflexiona con una sorprendente madurez y una ludicez únicas, que parece haber tomado de estos antepasados.
Tanto a través del guion como de la dirección, Kohan entremezcla un documental de observación, con los testimonios y las reflexiones que expone Wara frente a la cámara, vinculando en cierto modo a este nuevo trabajo “ÁNIMU” con su filme anterior, “El despenador” (2021), no solamente por compartir la geografía de la Puna sino por tener como eje central el duelo, los planteos existenciales sobre la finitud y el atravesamiento de cuestiones tan trascendentes como la vida y la muerte. Aparece la evocación de aquellos diálogos que Wara mantenía con su abuela, ahora espejados en los momentos compartidos con su tía, como una forma de recordar la importancia de mantener vivos los antepasados, ya sea a través de sus fantasmas, de su presencia o de la evocación a través de los recuerdos.
Kahan encuentra en Wara Calpanchay, una presencia carismática que ejerce un magnetismo único frente a la cámara, una gran alida para contar esta historia de amor por la tierra, por los ancestros y por la música. Una adolescente que desgrana sus pensamientos con suma naturalidad y nos sumerge, con su historia, en un universo tan transparente como profundo.