Tiempo de lectura: 2 minutos

Por Marcelo Cafferata

Bruno Santamaría Razo tomará como punto de partida una experiencia personal en su estadía en la isla de El Roblito, en medio del Pacífico, un lugar que bajo su apariencia paradisíaca y su imaginario de estar solamente poblado por niños y adolescentes, esconde un mundo adulto ocupado del trabajo que poco puede sostener, cuidar, escuchar y contener a estos niños.

El director toma esa mirada ingenua que se contrapone con la realidad que se vive –violencia intrafamiliar fruto de la estructura patriarcal que se sigue manteniendo- para reflexionar sobre los recuerdos de la niñez, el paso a la adultez y construir al mismo tiempo una reflexión sobre  la identidad sexual a partir del personaje de Arturo que se despega del grupo no solamente por su edad (ya tiene 16 años) sino por su historia personal: quiere vestirse de mujer y sueña con poder compartirlo con su familia.

Si bien el pulso de la historia está marcado por el relato de Ñoño / Arturo, la trama también se permite pivotar en otras pequeñas historias donde conoceremos también a Juli, a Estrella y a Carlitos como otras posibles miradas de una misma realidad.

Dentro de esa isla que aparenta mágica (tanto en la representación de ese Santa Claus trayendo regalos desde el cielo, como en la construcción de una especie de réplica de la isla de los niños perdidos de Peter Pan y su mirada naïf dentro del universo Disney) “COSAS QUE NO HACEMOS” registra este periodo de transición donde termina la niñez en un ámbito donde se esconde la soledad, el dolor y la incomprensión de un mundo adulto violento y expulsivo.

Compartir en: