Por Marcelo Cafferata
Luego de dirigir varios cortometrajes, Martín Riwnyj se lanza con “VLADIMIR” a una nueva experiencia entre sus largometrajes. En este caso, suma al cine negro que había desarrollado en sus trabajos anteriores, su amplia trayectoria como artista plástico que le permite abordar al mundo de su protagonista, con un profundo conocimiento no sólo de cada etapa del proceso creativo dentro de las artes plásticas sino también del manejo del mercado del arte, el universo de los galeristas y de los ateliers de artistas independientes.
Vladimir (Daniel Aráoz) quien había logrado tener su momento de desarrollo profesional con una exitosa recepción en las galerías de arte con sus ventas, atraviesa actualmente una profunda crisis creativa. Si bien sigue rodeado de su entorno bohemio y de su vida de artista, su producción ha quedado completamente detenida y se encuentra atravesando un bloqueo creativo y las presiones de su agente (Marcelo Melingo) son cada vez más fuertes, para lograr producir obras que vuelvan a tener valor en el mercado y le permitan reposicionarse.
Pero la inspiración llega de la mano de una tragedia en donde Vladimir pierde a Raulito, su mejor amigo, en medio de un accidente sumamente confuso sobre el que comienzan a tejerse diferentes versiones. Si bien ese hecho trágico lo potencia nuevamente frente a la tela, al mismo tiempo lo sumerge en una situación de desequilibrio emocional y de mucha inestabilidad psíquica.
El ambiente de thriller y cine negro se completa con los personajes de Pereda (Carlos Belloso) un vecino policía non sancto y enigmático y sobre de la amante y musa inspiradora de Vladimir (una brillante y hermosa Mariela Pizzo) que van complicando aún más los giros que tiene previsto el guion que va entramando la historia sin dejar bien en claro el límite entre realidad y alucinación, entre lo que verdaderamente sucedió y lo que Vladimir pretende contar.
Tanto en su rol como director y como guionista, Riwnyj tiene aciertos y algunos desniveles notorio. En cuando a la puesta en escena que propone para “VLADIMIR”, logra momentos estéticos muy llamativos y sumamente bien logrados –sobre todos en aquellos que tienen que ver con el mundo del arte, la muestra en la galería, los momentos de inspiración de Vladimir frente a la tela, el manejo de colores y texturas- que son completamente funcionales a la trama, que se contraponen con otras escenas que aparecen forzadas dentro de la trama.
En la dirección de actores sucede algo similar: mientras que hay algunas escenas de alto impacto con los personajes muy bien construidos (las intervenciones de Enrique Dumont como Raulito y su presencia fantasmática y la enigmática presencia de Mariela Pizzo), no logra una homogeneidad en el equipo y algunas actuaciones suenan sumamente impostadas o fuera de registro con algunos tonos exagerados completamente por fuera de lo natural y con algunos personales que no terminan de delinearse correctamente (como el de María Eugenia Rigón, por ejemplo).
En el guion, logra acertar en los giros que tiene previstos para la historia de forma de que no decaiga el interés en saber que es lo que ha ocurrido, pero sobre todo en la primera parte se hace abuso de una voz en off que le asigna al propio protagonista (quizás hubiese sido más efectiva con un narrador externo) que no permite que la historia discurra con fluidez.
“VLADIMIR” crece con un enorme protagónico de Daniel Aráoz que logra transmitir toda la locura y el enigma que rodea a su personaje. Aun con algunos momentos de exceso, el trabajo de Aráoz permite sumergirnos en la angustia, el desequilibrio y el infierno que atraviesa el personaje y logra que el relato vaya llegando a buen puerto. A los muy buenos trabajos ya mencionados de Dumont y Pizzo, se suman una participación especial de Mimí Ardú y el Pereda de Carlos Belloso que siempre busca la excelencia.