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Por Marcelo Cafferata

Franca González tiene un amplio recorrido en el terreno del documental y su poder de observación le perimite recorrer desde los vestigios que ha dejado la pandemia en “Apuntes desde el encierro” con sonidos, imágenes y diversas texturas en una ciudad prácticamente desolada; la historia de un pueblo entero tapado por la soja que parece emerger del pasado sin que nadie lo tuviese en su memoria en “Miró, las huellas del olvido” o el retrato de un artista y su mundo creativo en “Liniers: el trazo simple de las cosas”.

En esta edición del BAFICI presenta “VINCI: cuerpo a cuerpo” en donde vuelve a encontrar una figura fuerte y caristmática como eje central de su trabajo documental, Leo Vinci que será el personaje ideal y el vehículo propicio para poder interpelar al espectador con una gran cantidad de temas, que fluyen en el relato sin ningún tipo de subrayado.

Compartiendo algunos puntos de vista con sus trabajos anteriores, el retrato del escultor Leo Vinci vuelve a hablar del proceso creativo –como sucedía en  otra rama del arte con el retrato de Liniers-, los disparadores que permiten generar su obra y la cámara lo acompaña en el trabajo cotidiano con la minuciosa observación de cada acto donde ejerce su oficio, con una vitalidad asombrosa a sus 92 años donde dia a día sigue desarrollando arte con sus manos en su taller.

Con más de medio siglo de trayectoria, y declarado ciudadano ilustre de la ciudad de Buenos Aires, Leonardo Dante Vinci –gran guiño con el juego de palabras con su nombre que le plantea uno de sus primeros profesores- sigue generando su obra marcada por figuras desgarradas, torsiones, gestos y detalles, que comenzó a ser una marca de autor cuando comenzó a ser marcado por la dictadura militar que lo dejó cesante de todos sus cargos en la enseñanza.

VINCI: cuerpo a cuerpo” no sólo se detiene en su obra, sino que sus esculturas son el vehículo para ir sumergiéndose en su historia personal, en el vínculo que entrabla con sus estudiantes, con su familia, algunas escenas hermosas que comparte con su pareja, formar parte de su rutina. Si bien en su taller han concurrido becarios de todas las nacionalidades, Vinci no se define a sí mismo como un docente sino como un predicador, y como lo expresa en sus propias palabras: “Predico un pensamiento y una forma de entender la realidad y la vida. Y es lo que lo plasmo en imágenes” y la atenta cámara de Franca González ayuda a entender este estilo de vida que Vinci ha construido y que sigue vivo en cada momento que vive en su taller, donde en cada trabajo y cada cincelada sigue buscando la belleza y el sentido de la vida y el arte.

Otro gran logro de González es encontrar un personaje atractivo, carismático, profundo, que lleva en sus espaldas una interesante historia de vida, para trazar un retrato que permite tanto hablar del arte, de las pasiones, de la resilencia, de la historia y de la importancia de la memoria.

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