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Por Gretel Suárez

La tercera película del director uruguayo Manuel Nieto Zas se centra en exponer, a través del avance sutil de las nuevas generaciones de patrones y empleades, al clasismo naturalizado dentro del ámbito laboral de las relaciones familiares de tradición rural.

El film da sus inicios con un encuadre poco particular, como si el director nos indicara el escaso margen de movimiento y elección que tendrán que sortear sus protagonistas interpretados por Nahuel Pérez Biscayart y Cristian Borges. En el plano visual, una bolsa de tela colgada de un techo oscila de un lado a otro de la habitación, si bien no sabemos qué contiene la misma, unx puede preverle; lo que sí vemos y oímos es a una mujer de unos cincuenta y tantos años que, con el rostro “bloqueado por estructuras” del lugar, danza frente a esa bolsa mientras entona una especie de ritual, como si tratara de “ahuyentar” algo. Con el avance de la escena se vislumbra que dentro de la bolsa hay un bebé, símbolo literal del avance generacional y quizás de la intención, poco consciente, de empezar a romper con ciertos patrones repetitivos que surgen del lugar donde nacemos.

El primer personaje que conocemos es el de Rodrigo (Nahuel Pérez Biscayart), un joven hacendado “hijo de” casado con Federica (Justina Bustos) y ambos tienen un hije muy pequeño que podría, o no, tener algún tipo de problema de salud que desconocen; sin embargo el conflicto interno del personaje se enfoca en la mirada externa que tienen de él como patrón de estancia, en su manejo y posición frente a sus “peones” pero principalmente frente a su padre (Jean Pierre Noher), quien le demandará adopte una cierta autoridad y postura, acciones que hoy en día se sienten incómodas y que Rodrigo, claramente, no desea perpetuar; de ahí es que nace la tensión contenida del personaje durante todo el film, quien si bien parece dudar todo el tiempo de sí mismo en realidad ansía encontrar nuevas formas de convivencia laboral que disten de la establecida.

Debido a que Rodrigo necesita personal para sus tractores, y siguiendo el consejo de su padre, pedirá ayuda un viejo empleado de éste, un tal Lacuesta, quien parece vivir en una zona alejada de Uruguay al límite con Brasil y donde hablan portuñol. Durante este encuentro (de dos mundos totalmente polarizados) Lacuesta acusa tener problemas de salud debido a su edad pero le ofrece a su hijo Carlos (Cristian Borges) para hacerse cargo del empleo. Este es un joven reservado, respetuoso y por consiguiente ligado al “deber ser”; sin embargo deja en claro que su deseo máximo es entrenarse para ganar el próximo raid ecuestre; pero, bajo la atenta “mirada” de su padre, Carlos acepta el empleo ofrecido por Rodrigo ya que también está casado con una compañera y tienen un bebé al cual mantener.

El vaivén, la duda, el trabajo casi hereditario, los movimientos confusos de sus protagonistas como padres y la imprecisión a la hora de afrontar decisiones en la vida adulta, serán las cualidades principales que llevarán adelante una historia honesta, casi documental, de cómo estos dos jóvenes, marcados cada uno por una tradición familiar que sienten obsoleta, tendrán que adoptar igualmente ciertos mandatos y costumbres que ya no les son propios pero que fueron signados por su lugar de nacimiento. Esta distancia provocada por una construcción socio-económica de años llevará a los protagonistas a transitar juntos choques de realidades con leves esperanzas de cambios y marcados con el peso del legado de una culpa.

¿Por qué si?

Es un film que nos invita sutilmente a hacernos preguntas sobre nuestras propias dinámicas familiares, aquellas donde las respuestas nos interpelan crudamente y que una vez conscientes no podremos ser indiferentes.

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