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Por Rolando Gallego

Desnudando el salvajismo de la sociedad multicultural actual, los hermanos Dardenne logran una profunda y sentida reflexión sobre la soledad, los vínculos y el amor en medio de un ambiente hostil.

Los recién llegados Tori y Lokita, que dan nombre a la nueva película de los directores belgas, son el eje de una película que no da concesiones, principalmente a los personajes, y, particularmente a Lokita (Joely Mbundu), una joven que vive en un centro de refugiados junto a su “hermano” Tori (Pablo Schils) y con quien comparte los ajetreados días que le tocan.

Ambos se ganan la vida en situaciones extremas, pero con la convicción que pronto todo eso se terminará, soñando, Lokita, por ejemplo, con limpiar casas, y poder descansar de los peligros y agresiones a las que diariamente se somete.

Tori es mucho más terrenal, zigzagueante, escurridizo, con un conocimiento de la calle que lo ha hecho sobrevivir, hasta que, un día, la vida de ambos se modifica por la impericia de las autoridades que le niegan a Lokita sus papeles de migración.

“Tori y Lokita” muestra el lado más despreciable del humano, ese que ayuda y reclama, ofrece y exige, y no piensa en el otro. Los Dardenne,  una vez más, construyen una ficción casi documental para demostrar que en materia de derechos humanos nada ha cambiado en los cientos de miles de años que la humanidad ya tiene como experiencia.

A las impactantes actuaciones de Mbundu y Schils, se le suma la pericia para mostrar aquello que hay que ver, dejando fuera de campo la libertad para que el espectador complete su relato.

Impactante, dolorosa, tan real que asfixia, la propuesta no deja a nadie fuera de su discurso, una narración que expone el salvaje mundo de la vida moderna en donde las diferencias, segregación y discursos de odio, continúan vigentes.

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