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Por Marcelo Cafferata.

Una pareja (Jazmín Stuart y Esteban Bigliardi) llegan a una inmensa estancia de campo. Allí los recibe el padre de ella (Gerardo Romano) y todo nos va indicando que se están ultimando los detalles previos a su boda, que será justamente en esa casona familiar, al día siguiente.

Un suegro con la prepotencia que parecen darle su posición privilegiada y su cuota de poder, se encuentra demasiado involucrado en las decisiones de los ajustes de último momento que debiesen ser propios de la pareja: se preocupa por ubicar a sus invitados –que más que genuinas amistades son contactos políticos con los que debe sostener un mundo de status y de apariencias- y esto suma mayor presión todavía a un clima que ya de por sí se presenta enrarecido, tenso, con demasiado nerviosismo.

La pareja luce notablemente desconectada y cuando ella busca a su futuro esposo con un cierto deseo sexual, él no la rechaza abiertamente, pero tampoco accede al encuentro sino que lo pospone.

En el medio de la noche ella sale a tomar aire, a distenderse, a aquietar su cabeza y llega hasta una quinta muy cercana en donde un grupo de jóvenes está llevando a cabo una fiesta electrónica. Rápidamente se sumerge en el mundo que le propone la música y en ese fluir, se siente atraída por uno de los jóvenes de la fiesta (otro excelente trabajo de Lautaro Bettoni, que ya había brillado en “Temporada de Caza”) y se va dejando llevar por el deseo.

Entre besos y caricias, lo que arranca como un juego de seducción y atracción sexual, termina de una manera completamente imprevisible y desata una serie de acontecimientos que generan una escalada de violencia y tensión donde ese clima que había sido presentado inicialmente con cierta densidad, terina convirtiéndose en una verdadera pesadilla, cuando esta cadena desafortunada de sucesos se eche a rodar.

No solamente el director Diego Fried (con sus trabajos anteriores “Sangrita” y “Vino”) se consolida con una gran madurez llevando el pulso de un thriller que no da respiro en ningún momento, sino que además “LA FIESTA SILENCIOSA”, desde su guion -escrito por el propio Fried junto a Nicolás Gueilburt y Luz Orlando Brennan- propone al espectador no quedarse afuera de la historia sino tener que tomar partido del dilema moral que aparece apenas se planteen cada una de las motivaciones de los personajes.

En un tiempo donde los movimientos femeninos como el #MiraComoNosPonemos, #NoEsNo o el #MeToo son el centro de la mirada y ocupan un importante espacio en la agenda de los medios, Fried no evita tomar ninguno de los riesgos que implica el tratamiento de este tema y exponer todas sus posibles implicancias.

La astucia en la forma de presentar la historia es que ni los espectadores ni muchos de los personajes saben lo que puntualmente sucedió en esa fiesta y sin embargo toman decisiones en base a la información parcializada con la que cuentan (un fragmento grabado en el celular, lo que la protagonista puede expresar a medias, lo que cada uno intuye sobre los hechos) y se dejan llevar por sus impulsos, por lo que prejuzgan, por sus propios preconceptos.

Es muy interesante ver como de alguna manera con los datos omitidos –que se irán develando dentro de los giros de la trama-, tanto los protagonistas como los espectadores, intentan tomar partido y, casi sin quererlo, intercambiar muy fácilmente los roles de victima / victimario. Aparece un juzgamiento, una mirada de sentencia, aun sabiendo que no se cuenta con la totalidad de la información y es ahí cuando Fried nos pone frente a un espejo de lo que hacemos cotidianamente, en forma casi inconsciente y sin pensarlo.

Lo que en apariencia es un thriller de tensión extrema, tiene la pericia de incomodar con las decisiones que van tomando los personajes, empujando hacia los extremos, jugando permanentemente con el límite, al filo de la navaja.

Es inevitable que como espectadores nuestra propia ética y nuestros valores se pongan en un juego con esto que los protagonistas ponen en acto y que, inevitablemente, la butaca se vaya transformando en una especie de tribunal en donde el mismo ritmo que no da respiro, nos empuja a ponernos de un lado o del otro de los acontecimientos.

Uno de los grandes logros de “LA FIESTA SILENCIOSA” es involucrarnos dentro de la trama y preguntarnos a nosotros mismos hasta donde nos empujarían nuestros propios  impulsos y cuáles son los valores y principios que estaríamos dispuestos a romper frente a una situación límite.

El trabajo de Jazmín Stuart transmite la tensión, la asfixia y la desesperación que necesita el relato, Gerardo Romano vuelve a brillar en ese padre/suegro déspota y villano que tan bien le sienta y Gastón Cocchiarale se luce en un papel particularmente complejo, con el que el espectador claramente no empatizará pero que sin embargo, expone sus motivos y sus propias razones.

La tercera película de Fried, presentada dentro de las Noches Especiales del “Panorama del Cine Argentino” en el último Festival Internacional de cine de Mar del Plata, se conoce esta semana como uno de los estrenos que forman parte de la propuesta de www.cine.ar/play y se convierte de esta manera en uno de los trabajos más sólidos que se presentan dentro de su programación.

POR QUE SÍ:

«Lo que en apariencia es un thriller de tensión extrema, tiene la pericia de incomodar con las decisiones que van tomando los personajes, empujando hacia los extremos, jugando permanentemente con el límite, al filo de la navaja»

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