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Por Marcelo Cafferata

Así como Jorge Sanz en “Qué fue de Jorge Sanz?” y Berto Romero en “Mira lo que has hecho” pudieron jugar a ser sus propios alter egos, llegó el turno de Ana Milán quien en “BY ANA MILÁN” puede reírse inteligentemente de sí misma con un personaje creado a su imagen y semejanza.

La concepción de la serie es, por lo menos, curiosa. En tiempo de COVID-19 y confinamiento, los videos directos de Instagram que espontáneamente generaron los encuentros de Milán con sus fans, dieron lugar a un espacio confesional, de anécdotas e intimidades que fueron creciendo en ese contexto  tan particular y que ahora son el germen del guion de esta serie, cuyas dos primeras temporadas se encuentran ya disponibles en Flow.

Obviamente que la frescura que surge del contacto en una red social y de un diálogo abierto y espontáneo con sus seguidores, tiene un aire de stand up show para una platea selecta, que debe obligatoriamente tomar un formato más convencional como se transforma en una sitcom o en un serie. Rápidamente el equipo de guionistas liderado por Almudena Ocaña (que conoce perfectamente los mecanismos televisivos dado que ha participado de “Las chicas del cable” “Élite” “Con el culo al aire” y “Toy Boy”, entre tantas otras) y Aurora Graciá (“Valeria”, “Instinto”), convierte cada una de estas anécdotas, en capítulos cuyo acierto en el timing es uno de los puntos más atractivos de la serie.

La protagonista pone en juego justamente toda su capacidad de autoparodiarse, hace uso de un humor sumamente autocrítico e irónico con diálogos chispeantes y se anima a exponer, en cierto modo, sus costados más privados. Milán no solo pasea su belleza en escena y brilla por su inteligencia, sino que además se sabe rodear de un team que entiende perfectamente por dónde pasa la comedia.

En la primera temporada, todo se inicia en un momento en donde la propia Milán, actriz/personaje, parece estar atravesando un momento ideal en su vida privada y en su desarrollo profesional: en vísperas de su casamiento con un reconocido director de cine, la buena noticia es que finalmente ella será la protagonista de su próxima película y podrán trabajar juntos en un proyecto largamente ansiado. Pero todo comienza a desmoronarse cuando la ceremonia queda cancelada porque su pareja ha desaparecido sin dejar ningún tipo de rastro.

En este momento de quiebre, la estrella debe enfrentar esta encrucijada sin perder el eje y lo que podría ser contado en forma de drama, atravesado por el estilo Milán, queda convertido en un grupo de viñetas con mucho humor que crecen mucho más aun, cuando el guion puede desapegarse de los formatos más convencionales y se anima a jugar en otros registros, como por ejemplo en las apariciones esporádicas del personaje de su abuela (una genial María Alfonsa Rosso).

Desde su mirada femenina, guionistas y protagonistas enfrentan la típica crisis de los 40 con la búsqueda de pareja, el desarrollo profesional, el reloj biológico, el paso del tiempo, los problemas que devienen con la edad, el embarazo, la maternidad y la carrera profesional, con un interesante espejo en un pequeño personaje en donde Ana se ve reflejada en sus propios comienzos.

Con el juego tan atractivo que se genera con la confusión realidad/ficción donde justamente nada queda explicitado, “BY ANA MILÁN” se apoya fuertemente en esa construcción de un retrato a su medida que, sobre todo en la primera temporada gana fuerza porque muestra su vulnerabilidad y le da lugar tanto a su parte luminosa como a sus propias sombras con las que debe lidiar.

En la segunda temporada, y sobre todo en su segunda mitad, el personaje de Milán aún sin perder el humor, se vuelve algo arrogante (en parte en el capítulo del Festival de Málaga se supone que quiere representar a cierto divismo de las estrellas) y se va convirtiendo en un personaje algo engreído y autosuficiente. Se extraña la fragilidad que permitía tomar con humor la tragedia pero, afortunadamente, encuentra momentos de genuina conexión sobre todo apoyándose en los personajes secundarios.

Una verdadera troupe que sigue exactamente el ritmo de la melodía que la serie impone, los mejores momentos son aquellos en los que interactúa con su amiga Rebeca (Pilar Bergés en un personaje querible desde el primer capítulo) quien indudablemente cuenta con las líneas de diálogo y las situaciones más desopilantes o con su mejor amigo y hermano de la vida, Rafa (Jorge Usón) con el que logra los momentos más emotivos de la temporada.

Y no es nada fácil poder contar una historia de amor dentro de la comedia que tenga esas contradicciones propias de encontrar a un compañero de ruta. Cristóbal Suárez como Manu, cumple perfectamente con ese “príncipe Azul” que Ana, alejado de cualquier convención de perfección sino, por el contrario, con las dificultades que plantea un verdadero encuentro sin resignar nada de lo recorrido.

Ana Milán logra brillar en la comedia y en los momentos más sombríos y reflexivos: sabe imponer su presencia en pantalla y lo hace desde su elegancia, su humor, su presencia y su carisma y aún con algunos momentos algo narcisistas en el guion, logra jugar al juego logrando un gran trabajo, hasta convertirse, como reflexiona sobre el final de la segunda temporada, en el orgullo de ese linaje de mujeres de su familia, logrando torcer el rumbo de la historia y empoderándose de una manera acorde a los tiempos que corren. 

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