Por Rolando Gallego
En un arrebato, que puede adjudicársele a su juventud o a su aburrimiento, el soldado Shlomi, decide dejar su puesto para regresar a Tel Aviv y, de alguna manera, recuperar su libertad. Así arranca “El desertor”, de Dani Rosenberg, una película que se destaca por reflejar, de una manera realista, la vida en Israel en tiempos de guerra.
Apoyándose en la fresca interpretación de Ido Tako, la propuesta avanza a paso firme convirtiendo al espectador en un cómplice de Shlomi, un personaje que decide en su avanzar, ya fuera de las fuerzas armadas, recuperar su vida, sin importarle si en ello debe robar ropa, escapar del radar de sus compañeros o mentirle a su padre, recientemente internado.
La cámara de Rosenberg se permite jugar en la fuga del joven con planos abiertos, que contrastan con las tomas cerradas iniciales que reflejaban la opresión que vivía el joven dentro del régimen militar.
“El desertor” gana en aquellas escenas en las que muestra a su protagonista interactuando con sus seres queridos, su novia, su madre, su abuela (una entrañable secuencia de baile musicalizada con Mercedes Sosa), y tal vez pierde cuando se pone de manera más severa con Shlomi.
Así y todo, en la ecuación final termina triunfando porque desanda los pasos de un joven dentro de un sistema que lo obliga a ser algo que no le interesa, que no le suma y que sólo pone en riesgo su vida y libertad, aquello que, justamente, decide volver a encontrar, desertando, y, de alguna manera, volviendo a su eje.