Por Marcelo Cafferata
Con el antecedente de su paso por el prestigioso Festival de Toronto, la nueva película ecuatoriana de Javier Andrade se presenta ahora en el Festival Internacional de Cine de las Alturas, ofreciendo dentro de las propuestas de ficción, un relato psicológicamente oscuro fuertemente diferenciado del resto de películas en competencia.
La protagonista excluyente de “LO INVISIBLE” es Luisa: una mujer que regresa a su hogar luego de haber estado internada en una institución mental. Ella está atravesando con muchas dificultades una fuerte depresión posparto en la que, inclusive, ha querido atentar con su propio hijo recién nacido. Esta información va fluyendo a medida que discurre el relato y vamos descubriendo ciertas particularidades de Luisa a medida que la cámara la va acompañando en su vínculo con los restantes miembros de la familia.
Anahí Hoeneisen realiza un notable trabajo protagónico, dotando a Luisa de todas las sensaciones contradictorias por las que atraviesa el personaje que está en un proceso permanente de búsqueda de un rol que aún la incomoda y que la expone a una terrible vulnerabilidad. Andrade propone de esta forma silenciosa y sin juzgamientos, avanzar sobre la deconstrucción de ese rol materno sacralizado, que ya más de una obra ha puesto en duda, humanizándolo y dejando expuestas todas las pulsiones que aparecen y que son completamente opuestas al imaginario construido sobre la maternidad.
Quienes la acompañan son principalmente su esposo y su hijo adolescente, junto con una anciana indígena que ha trabajado en el hogar materno desde su infancia y que es quien trata de ayudarla para salir de este momento de oscuridad. Sólo en algunas escenas en las que aparece el personaje de alguna de sus amigas se logran momentos de una mayor complicidad y de mostrar la posibilidad de salir de ese espiral depresivo y solitario que se refuerza con ciertas adicciones con las que Luisa debe lidiar.
Andrade plantea una puesta ascética dentro del espacio de una familia de clase alta, donde la escenografía permite, a través de amplios ventanales y con habitaciones generosas, darle a la protagonista el “aire” que no encuentra por sí misma, reforzando la idea de encierro interior, la inestabilidad emocional y la desconexión con el afuera.
Aún con ciertos momentos en donde se reiteran situaciones que explicitan detalle que habían quedado claros, Andrade logra un relato potente que gana fuerza con la pericia con la que dispone de la cámara en lugares estratégicos para seguir de cerca a la protagonista y con la magnética interpretación de Hoeneisen.