Por Rolando Gallego
Una pareja va discutiendo en un auto en la ruta. Pronto nos damos cuenta que el hombre quiere convencer a la mujer que se detenga y que vuelva lo más rápido posible. Como una forma de poner un límite y asustar a su hijo, ella lo ha dejado a la vera del camino que bordea el bosque y ha arrancado el auto como una forma de exigirle que modificase su actitud frente a los tantos hechos de rebeldía e incorrección que ha presentado últimamente.
Cuando vuelven al punto donde lo han dejado sólo hace dos minutos, el chico ha desaparecido por completo sin dejar ningún rastro. Lo que en principio parece una típica película de suspenso con ritmo de thriller, va mutando poco a poco en una película de cámara para dos personajes centrales que, en manos de Matías Bize (“La memoria del agua” “La vida de los peces” “En tu piel”) logra el perfecto equilibro de un drama voraz que se desencadena a partir de ese suceso.
A medida que van pasando los minutos, la desaparición del hijo va generando un clima de inestabilidad e incertidumbre propicio para que comiencen a surgir algunas cuentas pendientes que tiene la pareja y reavivar ese estado de crisis que intentan ocultar bajo una apariencia de quietud y estabilidad. Ambos, expuestos a la completa vulnerabilidad de perder un hijo –y sobre todo ante la fuerte mirada social acusatoria que podría surgir a partir de este hecho- comienzan a bucear en sus sensaciones más profundas y “vomitan” con sinceridad los sentimientos que despierta en cada uno la figura de su hijo y lo que representa/representó la maternidad-paternidad en sus vidas.
Con una puesta prácticamente teatral, los diálogos profundos y filosos permiten que se destaquen los dos personajes centrales a cargo de Antonia Ziegers (una de las actrices chilenas más reconocidas, protagonista de “El Club” de Larraín, “Los Perros” o “Una mujer fantástica) y Néstor Cantillana, a los que se suma una participación especial de otra estrella del cine chileno como Catalina Saavedra (inolvidable protagonista de “La Nana”) en el rol de la policía implicada en la búsqueda, un personaje colmado de ironía y crítica social que representa la mirada exterior que pesa brutalmente sobre los personajes.
En este particular momento de tensión, los reproches salen a la luz y lo que en un principio parecen ser miradas opuestas y posiciones irreconciliables (mientras uno piensa que se trata de una desaparición, el otro sigue sosteniendo que es una travesura que atravesó todos los límites), veremos cómo van cambiando frente a la implacable cámara de Bize que los refleja en todas sus miserias personales.
“EL CASTIGO” propone también bucear en las dificultades que presenta un hijo rebelde, con problemas frente a la autoridad. Un joven que ya ha registrado actitudes violentas e impropias de su edad, ciertos rasgos de psicopatía que lo van perfilando como un “monstruo” y lo alejan completamente de la imagen esperada de un vínculo filial, temática que con algunas diferencias ya se había planteado en “Tenemos que hablar de Kevin” de Lynne Ramsay.
Bize acierta en la construcción de una atmósfera de cine de autor y de dejar fluir a sus personajes perdidos en el medio de esa ruta y del inmenso bosque, brindando un ejercicio narrativo que asume riesgos y que escapa a cualquier convención que podría haber planteado dentro del género, para virar en un drama profundo que nos interpela, rompiendo ciertas estructuras y tabúes alrededor de roles tan arquetípicos como la figura de un padre o una madre.