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Por Rolando Gallego

En una jornada en la que la emoción embargó las salas y secciones, al destacado diálogo de las alturas con Andrea Frigerio, se sumó un homenaje a Julio Lencina y la proyección de una película ecuatoriana diferente.

Lo invisible

Luisa (Anahí Hoeneisen) es una mujer que rompe, de un día para otro, los esquemas de su clase. Hay algo que para muchos es siniestro y que para ella es muy natural, sus intenciones de vivir la vida sin ninguna opresión.

En ese camino, el nacimiento de un hijo, la pone frente a una disyuntiva, y hay algo del guión, coescrito entre el realizador, Javier Andrade y la propia Hoeneisen, que se anima a transitar una larga historia de relatos que tienen a la mujer en el centro, pero que, además, se anima a reflexionar sobre la salud mental.

En la explosión de Luisa cada vez que  su impulso la lleva a correrse del lugar en el que la quieren poner, y en donde las mujeres del relato, desde quien cuida de su hijo a su amiga, van entendiendo un proceso que ella sola puede realizar.

Por momentos hipnótica, por momentos hermética, la principal atracción de Lo Invisible es su capacidad para avanzar sin contarnos demasiado, pero mostrando a Lucía y dejándola que se lleve por su universo en donde no hay censuras y en donde el otro sólo se anima a criticar, y no a acompañar y empatizar.

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