Por Marcelo Cafferata.
La pantalla de www.cine.ar/play se nutre esta semana de tres nuevas propuestas documentales, que, a pesar de tener temáticas disímiles y abordajes completamente diferentes, tiene como común denominador sus propuestas endebles que se construyen más como ensayos o borradores que un producto pensado para la pantalla grande.
Muchas veces la mera recopilación de información ordenada sobre un cierto tema propuesto parece permitir construir un andamiaje documental en sí mismo, pero no siempre es suficiente y en estos tres casos ese elemento adicional que necesita un documental para destacarse, atrapar y plantear un nuevo lenguaje de exploración, parece haber estado ausente.
UNA HISTORIA DE LA PROHIBICION
Los realizadores Juan Manuel Suppa Altman y Martín Rieznik utilizan el impactante suceso de la detención de Eric Sepúlveda para contar en “UNA HISTORIA DE PROHIBICION” un recorrido sobre lo prohibido –que se presentó tanto en aquella Ley Seca como puede suceder ahora con las drogas-, haciendo no solamente foco en lo sucedido a lo largo de la historia en nuestro país, sino también recorriéndola a nivel mundial.
En Octubre de 2016 Eric Sepúlveda es detenido en Córdoba, por poseer aceite de marihuana y es trasladado inmediatamente a un penal de máxima seguridad, dando inicio a un largo proceso judicial en el que claramente, en nuestro país, se sigue criminalizando a los sectores más populares que es, como subraya uno de los testimonios, “la mejor manera de hacer sentir segura a la clase media”.
Lo que en principio es un excelente disparador, se va diluyendo a medida que las imágenes de archivo empiezan a recorrer la historia de la lucha contra la toxicomanía, convirtiendo esta interesante propuesta inicial en una suerte de documental escolar, explicativo, con información sobreabundante, que respondería a un formato más pedagógico para enfocar este tema en los colegios secundarios dentro de la currícula programática de alguna materia, que de un verdadero producto cinematográfico donde se espera no solamente una mera exposición sino fundamentalmente una mirada crítica, reflexiva, que vaya más allá de presentar las diferentes implicancias del tema como simples titulares periodísticos.
La historia de Sepúlveda termina perdiendo fuerza entre una reiterativa explicación de conceptos con conclusiones subrayadas que potencian las hipótesis de lo que se pretende demostrar sin poder contraponer pluralidad de testimonios que inviten al espectador a la reflexión y a un análisis propio, sino por el contrario, presentando información que bajo otro formato y con una mirada más crítica y menos expositiva, podría haber logrado mejores resultados.
JUANAS, BRAVAS MUJERES
Sandra Godoy emprende el retrato de Juana Ruoco Buela, en su pluma, en la voz que atraviesa varias generaciones y en su legado, para permitirse establecer puntos de contacto con los movimientos, la lucha por los derechos y las reivindicaciones que persiguen, hoy por hoy, otras “Juanas” que tomaron la posta y siguieron su proceso, con un diálogo que parece no tener tiempo y que sigue construyendo un puente desde ese pasado con proyección hacia el futuro.
Godoy logra dar con el tono indicado para ir enhebrando el relato de esta militante anarquista que frente a la posibilidad de hacer escuchar la acallada voz de las mujeres, participó tanto de la huelga de los inquilinos (en 1907, excelentemente retratada en las historias de la obra teatral “La huelga de las escobas” de Patricia Suárez – Mónica Ogando y Roxana Aramburú) y en la de los Talleres Vasena en 1919. El retrato es a la vez su propia historia pero se agiganta como forma de dar reconocimiento a aquellas inmigrantes que llegaron a nuestro país allá por los inicios del siglo pasado, y rompiendo con todos los estereotipos y los mandatos de la época, fueron imponiendo nuevos status quo y aún con muy pocas herramientas formales, sin estudios universitarios ni posiciones sociales privilegiadas, comenzaron a construir una búsqueda de justicia y equidad para el colectivo femenino.
La potencia de algunas entrevistas -sobre todo aquellas que presentan una mayor emocionalidad y que muestran a Juana no solamente en su faceta de luchadora infatigable por los derechos de la mujer sino en un entorno familiar o en su faceta creativa en sus momentos de escritura-, pierde fuerza por algunas decisiones de la puesta. Godoy, a fin de relatar la historia de Juana, incluye fragmentos de animación con la voz en off de la excelente Mónica Cabrera (que en esta oportunidad no suena armoniosa con el relato y la propuesta general del filme, sino que más bien distrae y hacer perder fluidez a los testimonios) que no ensamblan ni guardan coherencia con el tono del relato, rompiendo el clima y dejando un sesgo algo escolar que no favorece a la propuesta.
Sin embargo, es posible rearmar ese rompecabezas caleidoscópico de las múltiples Juanas que vivían en Rouco Buela al mismo tiempo y que, poco a poco, van sentando las bases de aquella idealista, feminista de vanguardia que ha allanado el necesario camino, tan imprescindible para que hoy la lucha continúe y se haga cada vez más fuerte en cada una de las mujeres militantes que tiñen de verde cada marcha sosteniendo, entre tantas otras cosas “Somos las nietas de las brujas que nunca pudieron quemar” “Vivas nos queremos” “Ni una menos” y tantos otros pedidos para una sociedad, que aún con sus cambios y sus progresos, sigue siendo refractaria a muchos de los pedidos de justicia e inclusión de cada uno de estos movimientos.
INSULA
Del tándem de estrenos documentales de esta semana, puede distinguirse a “INSULA” por haber tomado riesgos e intentar atravesar la búsqueda de un lenguaje diferente, deconstruyendo el propio código del documental para armar otro, que sabe jugar al borde de los límites de realidad / ficción y también del “cine dentro del cine” -más puntualmente en este caso, el mundo del “documental dentro del documental”-.
Una pareja de cineastas (Maria Soldi y Franciso Benvenutti, con un notable desequilibrio en lo actoral que hace que cueste aceptar naturalmente a sus personajes en una primera instancia y que suenen creíbles) se acerca a la comunidad wichi, en la localidad de El Traslado, provincia de Salta en donde comenzarán a filmar su documental, el que apunta a retratar la cotidianeidad de sus pobladores en una visión etnográfica no carente de cierta impostura por parte de ellos: acompañarlos sus tares, sus rituales, analizar su organización, sus creencias.
Aparecen rápidamente las discusiones de la pareja, en donde no solamente se debate sobre sus temas personales sino que fundamentalmente polemizan sobre la mirada que se impone a la hora de lo que cada uno de ellos elige mostrar en el documental. La directora, María Onis, se permite un espacio de reflexión sobre la construcción de una mirada del autor, el sesgo del documentalista –y de todo artista- sobre el propio material que quiere mostrar, los diferentes abordajes y puntos de vista que pueden existir sobre un mismo objeto de análisis y los resultados que pretenden obtener de su trabajo, en donde surgirán ciertas conversaciones en donde quedan firmemente expuestas las miradas prejuiciosas de sostienen cada uno de ellos, los preconceptos que en cierto modo estigmatizan a la forma de vida, las costumbres y el modo en el que funciona esa comunidad que es el propio objetivo del documental.
Onis tiene como principal hallazgo el hecho de incomodar a los personajes y someterlos a una búsqueda en la que también hace partícipe al espectador en forma activa, donde no solamente se participa del recorrido de este documental como pieza cinematográfica –con el backstage que tiene éste y cualquier otro documental-, sino del de sus propios protagonistas contra sus propios prejuicios que juega al mejor estilo de cajas chinas uno dentro de otro infinitamente.
Formando un interesante juego de espejos, las fracturas de la pareja, repercuten también en su obra, y viceversa. Puntos en los que no acuerdan, posiciones casi opuestas frente al objeto estético y la aguerrida toma de posiciones donde, por un lado, la directora que direcciona la mirada y elige qué mirar (casi negando, al mismo tiempo, ser un alter ego para Onis) y del montajista que a la hora de editar, también impone su mirada propia y reescribe lo filmado bajo su propia ética y percepción, construyendo indirectamente otra nueva narrativa.
Despareja, irregular, arriesgada y hasta en cierto modo lúdica “INSULAR” gana interés, paradójicamente, en los fragmentos no documentales, con las participaciones de Andrea Garrote, Nati Menstral, Fernando Noy y Mariano Sayavedra.