Por Marcelo Cafferata.
Atravesar el duelo es un momento de quiebre, un punto de inflexión, un espacio que ha dado lugar a múltiples reflexiones, muy visitado por la literatura, el cine y el teatro. Por ende el desafío que asume Saula Benavente en “KARAKOL”, es aún mayor: tratar de volver a expresarse en un lugar ya frecuentado para nutrirlo de una nueva mirada, de su propia impronta y volver a encontrar un espacio donde hablar de sensaciones, sentimientos, encrucijadas e identidades.
La muerte produce en la constelación familiar un movimiento del que ninguno de sus protagonistas sale indemne, pero en particular Clara (Agustina Muñoz) parece ser quien no puede asumir en su totalidad la pérdida de su padre y flota una sensación de lidiar con “lo pendiente”, de no querer cerrar definitivamente el círculo, de buscar su presencia en algo que trascienda esa partida y lo siga vinculando a ella, casi con una cierta exclusividad, al menos un tiempo más.
Justamente en el estudio de su padre, Clara encuentra documentación, pistas, algunas claves, que la irán empujando a un viaje impensado, a una tierra lejana con la que aparentemente su padre tuvo una fuerte conexión. Ella piensa que en Tajikistán, un territorio limítrofe con la República China, encontrará las huellas de lo que presume era una doble vida, una familia completamente desconocida para ellos, un territorio completamente distante, en el que su padre, podía ser otro.
Es así como se siente impulsada a emprender ese viaje que será, para ella, al mismo tiempo, una travesía a las antípodas pero un recorrido profundo e interior. Un viaje que implicará no sólo reconstruir la figura de su padre, sino empezar a construir la propia, un camino de autoconocimiento y de correr el velo de potenciales secretos familiares que resignificarían su propia historia.
Karakol además de constituirse en el título de la película, es también el nombre de un particular lago de la zona, rodeado de un impactante paisaje montañoso que se engrandece con sus nieves perpetuas (que el delicado y hermoso trabajo de fotografía de Fernando Lockett logra realzarlo, ponerlo en primer plano y que sea otro protagonista más del filme) dando un marco deslumbrante a una pequeña extensión de agua, de gran profundidad y de aguas transparentes, que durante la mayor parte del año presenta hielo en el fondo del lago y también en gran parte de la extensión de sus costas.
Estas características que presenta el lago, en “KARAKOL”, se espejan en forma permanente en la búsqueda espesa en la que se zambulle Clara: una introspección profunda, por momentos algo congelada y distante, pero que se revela transparente y fiel a sus propias motivaciones para un lago, que justamente por la ubicación que tiene, no es de fácil acceso –está situado en el punto más alto de la meseta- lo que representa al mismo tiempo, un importante desafío el simple hecho de llegar a encontrarlo.
Con un ritmo pausado que se contrapone con la velocidad de otros personajes (como el torbellino de la tía compuesta deliciosamente por una Soledad Silveyra que vuelve a esos secundarios que dejan su impronta), Clara intenta extender la vida de su padre más allá de lo sucedido, ganarle a su desorientación, buscar momentos, lugares, situaciones, para seguir encontrándolo a cada momento y no terminar de despedirlo, como si de esa forma extendiese su presencia y lo tuviese con ella un tiempo más.
Benavente hace que sus personajes atraviesen ese momento de duelo de formas diferentes, explorando las distintas facetas y siendo testigo con su cámara de cómo cada uno de ellos irá viviendo ese momento de reencuentros, de despedidas, de escaparse de uno mismo frente a lo inexorable de la pérdida y de asumir ese retorno. Y lo hace jugando al mismo tiempo con una idea potente de doble vida, de doppelgänger familiar en el que también se privilegia esa búsqueda de un nuevo orden, un nuevo equilibrio.
No sólo hay momentos de grandes hallazgos a nivel guion, en donde el discurrir de las imágenes hace que sobren las palabras y Benavente no intenta sobrecargarlo de párrafos discursivos sino que además el peso protagónico de Agustina Muñoz construyendo a su Clara que tiene fuerza y fragilidad, temperamento e incertidumbre en partes iguales, es un gran hallazgo.
Con algunos puntos de contacto con las heroínas del cine de Matías Piñeiro, del que Muñoz es una de sus representantes (“Viola” “La pricesa de Francia” y sobre todo en su destacada labor en “Hermia y Helena”) o su trabajo en “Cassandra” de Inés de Oliveira César, ella hace que su personaje encuentre el tono ideal y el peso de la historia encuentre el camino acorde con su búsqueda.
La acompañan un puñado de personajes secundarios de tonos variados y que forman un equipo compacto y de gran nivel actoral. Dominique Sanda como la madre con su acento que la transforma en una figura exótica y por momentos intrigante, Silveyra como la tía –hermana del fallecido- que aporta un tono casi de comedia que le sienta muy bien, la participación especial de Luis Brandoni y Gabriel Corrado en pequeñas apariciones y Santiago Fontdevila, que fortalecen aún más el misterio, la espontaneidad y el juego casi de thriller que irradia “KARAKOL” la propuesta de Saula Benavente que estrena la pantalla de www.cine.ar/play a partir de esta semana.
POR QUE SI:
«Por su misterio y espontaneidad»