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Por Gretel Suárez

Yo nena, yo princesa es el nuevo film de Federico Palazzo, basado en hechos reales extraídos del libro Yo nena, yo princesa: Luana, la niña que eligió su propio nombre, de Gabriela Mansilla, madre de la primera niña trans del mundo en recibir su documento de identidad, de acuerdo a su autopercepción de género, a través de la Ley 26.743 de Identidad de Género sancionada en 2012 en Argentina. Película muy necesaria para reconocer en un otre lo que se siente y se habita.

Es importante y clave que al momento de audiovisionar este film nos situemos en su narrativa como espectadores del presente de la historia que se relata, pues aún, en ese tiempo y espacio, nuestras luchas colectivas de feminismo y diversidades permanecían ocultas bajo el peso equívoco de una mirada heteronormativa y sociopatriarcal; y que si bien hoy nuestras luchas continúan, la apertura empática es otra.

Resulta que Eleonora Wexler y Juan Palomino interpretan a una pareja de mapadres de mellizos de sexo masculino (Isabella G. C. y Valentino Vena) donde el “conflicto” reside en que uno de los chicxs, Manuel, no se identifica con el género que le asignaron al nacer.

Desde el inicio, la madre trata de comprender cuál es el padecimiento que le aqueja a su hije, quien parece aislarse de sus espacios, como si no le pertenecieran. El padre minimiza la percepción de considerarse nena de Manuel y trata de “extirparlo” con resistencias y castigos, hasta caer en el ocultamiento social, el famoso si pero no de la construcción machista, sexista y patriarcal, pues Palomino interpreta a ese gran número de personas a las que les resulta totalmente difícil (casi imposible) aceptar un universo no binario.

Sin embargo, su madre, en búsqueda constante por el bienestar de ese hije, lucha incansablemente desde el amor dando pelea a la ignorancia de médicos, psicólogos, abogados y organismos educacionales, que solo generan en esta familia oscuridad e injusticias, hasta que consigue dar con una psicóloga, hermosamente interpretada por Paola Barrientos, la cual le brinda el apoyo humano necesario para poder transitar el camino, poco conocido entonces, sobre el derecho a la identidad de género trans.

La niña Isabella G.C., quien interpreta a Luana en la película, es la primera niña trans actriz en el mundo, siendo también la primera historia cinematográfica mundial que habla de la infancia trans. Un doble dato repleto del color del arcoíris lleno de información de todo lo que está bien en el cine argentino.

¿Por qué si?

Porque Gabriela Mansilla, mamá de Luana y activista por infancias y adolescencias travestis trans expresó en una proyección de cine-debate que “Aun falta visibilizar un montón: la expectativa de vida de las personas travesti trans sigue siendo de 35 años, el 1% solamente llega a la vejez y tenemos un alto porcentaje de índice de suicidio, todavía no tenemos una ESI que contemple los derechos de las niñeces travestis y trans dentro de las escuelas”.

Por ello importa que un cine busque, a través de su relato, sanar en comunidad mientras abraza a las niñeces, con escucha y respeto, informándonos sobre derechos y libertades, porque esta película no deja de ser también la historia de muchas personas de la comunidad travestis trans que han sido “expulsadas” de la sociedad, sin ningún tipo de contención, información y/o espacios de escucha.

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