
Por Rolando Gallego

El realizador Alex Garland debuta con «ExMachina» (UK, 2014) con una lúgubre distopía en la que un joven científico (Domhnall Gleeson) decide aceptar la aventura de participar en un juego de encierro experimental del que se podrán obtener informaciones precisas sobre las emociones humanas.
Creyendo que puede dominar sus sensaciones y que no caerá en alguno de los juegos psicológicos creados Caleb (Gleeson) toma el encierro de manera superficial, lo menosprecia, pero lamentablemente a los pocos días entenderá que ese juego lo enfrentará a su propia humanidad cuando se enamore perdidamente de una cyborg (Alicia Vikander) a la que intentará “liberar” de la trampa en la que se encuentra.
Dentro del experimento hay un líder, el único otro humano del lugar, Nathan (Oscar Isaac) quien irá digitando los pasos de Caleb (Gleeson) y también los de la cyborg en un tiránico y maniqueo juego de dominación extremo, en el que una estructura panóptica de cámaras digitales, que potencia el control, será la responsable de que ningún detalle quede librado al azar.
Si bien hace un tiempo y de manera menos filosófica películas como “Simone” o «Her», de Spike Jonze están hablando de un futuro turbio, sin vínculos sociales fuerte y con una gran carga sombría, que amedrenta a los protagonistas hacia un punto en el que nadie puede siquiera dudar sobre a quién amar y de qué manera, las emociones preponderantes, en la última película mencionada, torcieron cualquier orden establecido, y así, su protagonista (Joaquín Phoenix) se termina enamorando del más avanzado sistema operativo de PCs (Scarlett Johanson).
Algo similar ocurre aquí, cuando el devenir de la historia de Garland, que se nutre de un sinfín de narraciones con las que la ciencia ficción fílmica y la literatura, han intentado denunciar un deterioro notable de las relaciones sociales, pero también de los hombres frente a la máquina y derivados, demuestre que hasta el más preparado ser puede caer en una negación de su propia humanidad y deseos al sentirse atraído por una cyborg.
Dividida en episodios, que retoman la acción de cada uno de los siete días de Caleb dentro del hangar en el que vivirá la prueba, el director va narrando lentamente cómo el vínculo entre la cyborg y éste se fortalece, pero también va desarrollando la psicología de éste y de Nathan y de su relación de amor odio a medida que progrese la historia.
Es a través de la mediatización de imágenes, o una puesta en escena presuntuosa y delicada, cómo los vínculos entre los dos hombres del lugar comenzarán a tensionarse cuando Caleb descubra las verdaderas intenciones de Nathan para con él y su entorno, y Nathan también detecte la real naturaleza de las acciones de Caleb. Uno comenzará a celar al otro y también intentará controlarlo
Megalómano, extremista, border, el personaje de Isaac irá contrastando con la actitud ingenua y pasiva con la que Caleb, en un primer momento, abordará su nueva situación ante la vida al descubrir y descubrirse como parte de un ambiente, el que, a pesar de tratar de ser lo más amigable para él, terminará convirtiéndose en un campo de batalla extrema.
Con acceso restringido a determinados lugares del espacio vital compartido, el encierro comenzará a pesar en el científico, y mucho más cuando la potencia con la que el amor se le presente en forma de máquina, le hará desestabilizar su vínculo con Nathan.
En una sangrienta épica de búsqueda de sentido, como también de posibilidad de lograr él un cambio en los demás, decidirá embarcarse en la arriesgada tarea de engañar al espacio y al inventor del lugar para poder darle a la máquina una chance de relacionarse con el exterior.
En el escenario planteado para la acción, Garland bucea sobre los extremos controles que a diario penden sobre las cabezas de los seres, los que, sin saberlo, asumen seguridad dentro de espacios en los que generalmente se los adoctrina y disciplina.
La manipulación de sentimientos, y la puesta al límite de los sentidos desde la iluminación y la determinación de las líneas mobiliarias, provocan al espectador una reflexión sobre la necesidad de poder aprovechar al máximo aquellos lugares en los que nadie puede ejercer control y dominio.
Porque «Ex Machina» es eso, la búsqueda desesperada de un espacio de creación a pesar de la determinación ontológica y estudiada de los pasos del hombre en sus ambientes, y también la necesidad de completarse con el otro, sea éste una máquina, un sistema operativo, o a la vieja usanza, una persona del sexo opuesto y sus variaciones. Contundente relato de una belleza profunda y nostálgica.