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Por Rolando Gallego

La nueva serie de Ana Katz propone un viaje sin concesiones hacia la vida de tres amigos que intentan responder en solitario, y en grupo, una pregunta simple y complicada a la vez ¿qué quiero para mí?

Nicolasa (Johanna Chiefo), Mimi (Carolina Kopelioff) y June (Ruggero Pasquarelli) son tres amigos de esos que están el uno para el otro en las buenas y en las malas. Pero hay veces que las malas pesan, más cuando aún cada uno trata de entender qué quiere para su vida.

Supernova, dirigida por Ana Katz, e impulsada por Chiefo, transita por lugares poco habituales para la ficción local, en donde, la incomodidad, y la insatisfacción, marcan el tempo narrativo de la historia.

Los personajes no sonríen, y mientras una intenta escapar de la fama, otra quiere alcanzarla, y el último desea ser aceptado por su identidad sexual, se van tejiendo los lineamientos de la inmensa red que Supernova promueve.

Los jóvenes de la serie son más maduros que los propios personajes maduros que circundan sus vidas, padres y madres perdidos y rotos, aún más rotos, que los protagonistas.

Como si estuviéramos en una tira de Penauts, los trazos gruesos con los que se pintan a estos adultos, que asfixian, presionan, sumergen en la oscuridad al trío de personajes centrales, quienes desde la antipatía con la que fueron imaginados, terminan por empatizar con la audiencia desde el primer momento.

Katz reposa su cámara, virtuosa, lúcida, inteligente, y desnuda a sus objetos de análisis, y en la transición de escena a escena, se termina por consolidar una de las propuestas más valientes e interesantes de la producción nacional, que, además, por suerte, deja bases para aquello que los espectadores esperan de un entretenimiento, que además de cumplir con ese punto, dispara preguntas y reflexiones.

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