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Por Rolando Gallego.

En la nueva propuesta de Hong Sang-soo las mujeres llevan la posta en un relato que omite algunos puntos, pero que encuentra en el devenir en solitario de su protagonista, el espacio ideal para hablar del amor, lo que se cree como éxito en la vida y la amistad.

Son pocos los realizadores que pueden, recurrentemente, apelar a recursos ya conocidos por los espectadores para narrar, una vez más, historias que hacen de lo cíclico y la reiteración su punto más reconocible.

Hong Sang-Soo es uno de ellos, y en el derrotero de Gamhee (Kim Min-hee), una joven mujer que por primera vez se encuentra sola (su marido ha salido de viaje), en cada encuentro que tenga con viejas conocidas, se tejen los lineamientos de un relato ligero sobre la vida de cada uno de los personajes que aparecen y sus conexiones.

Pero lo que rápidamente el espectador conocerá es que Gamhee algo oculta, y que no es tan ideal ese idílico universo de su vida en matrimonio que aparentemente posee, y en el detalle de la “envidia sana”, que la joven profesional posee por encima de los demás, se comienza a entrever una historia que en lo oculto potencia todo.

“Digo cosas que no necesitaba decir y hago cosas que no necesitaba hacer”, menciona al pasar, y en el medio, sin poder con su genio, el guion de Sang-soo comienza a, en cada encuentro de Gamhee con los demás, a desarrollar el universo circundante, en donde unos gatos alimentados por unos, u, el regreso de un amante que no debería haber vuelto nunca jamás, atraviesan con originalidad el temario de la propuesta.

Con una mirada de género,  en todos los sentidos, la película gana en sus silencios y en las arquetípicas funciones de la puesta que al realizador tanto le gustan utilizar, por ejemplo el zoom in, desarrollando una propuesta cinematográfica potente que en el reconocimiento y reiteración, termina por fundar algo completamente nuevo.

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