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Por Marcelo Cafferata.

Es prácticamente imposible enumerar todos los trabajos que Santiago Bal ha realizado en diversos terrenos del espectáculo.

Ha brillado en el teatro de revistas (donde trabajó nada menos que en la época de oro con Adolfo Stray, Dringue Farías, Don Pelele, José Marrone, Norman Erlich y también posteriormente con Alberto Olmedo y Jorge Porcel) y ha sido protagonista de  grandes éxitos televisivos en la década del ’70 como “Los Campanelli” o “Gorosito y Señora” y durante los ’80 en “Mesa de Noticias” y “Los hijos de López”.

La propuesta de “RUMBO AL MAR” se nutre de un aire de despedida que se desprende en la ficción pero que, como espectadores, sabemos que en el momento en que ha sido filmada, esta historia tenía mucho de verosímil.

Se refuerza, además, con la idea de estar acompañado por su hijo Federico Bal, generándose, de  esta forma, que el vínculo de padre-hijo propuesto por el guion, se espeje en el vínculo que sostenían en la vida real, su complicidad, todos los guiños y el disfrute que parecen sentir trabajando juntos, que potencia un relato bastante débil y elaborado de un forma demasiado simple y sin gran cuidado por los detalles.

Todo suena demasiado autoreferencial: el propio Santiago encarna a un enfermo terminal al que cuando le dan solamente un mes de vida decide cumplir un último deseo: ver el mar. Para esta aventura, elige y convoca a su hijo varón, un poco el “tiro al aire” de la familia, la “oveja descarriada”, en una decisión que enojará a su hija mayor (Anita Martínez) que aparece en el primer tramo de la película y que por desprolijidades propias del guion, desaparece por completo.

Nada impedirá que finalmente papá Bal se suba a la moto con Federico y emprendan desde Tucumán el camino a la ciudad de Mar del Plata, en una mezcla de road movie con una típica película de “asuntos pendientes a resolver antes de morir”.

Para que el relato sea más ameno, este mujeriego empedernido e incurable –bastante poco consciente de sus limitaciones- querrá pasar por Rosario  para saldar la cuenta con un viejo amor de su adolescencia / juventud que nunca más vio.

Justamente frente a este tipo de situaciones, el guion decide resolver de una forma poco creíble y sumamente simplista –muchas veces rayanas en lo inadmisible-, con una estructura demasiado apegada al sketch televisivo y no propia de una propuesta cinematográfica. Asimismo, hay momentos en que al protagonista se lo percibe como poco cuidado, en donde en su delicada situación de salud se lo “obliga” a hacer cosas en las que se lo nota muy exigido frente a su precaría condición de salud.

Es una pena que el único dispositivo que funciona en el relato (además de la idea de llegar al mar) que es ese viejo amor encarnado por Zulma Faiad –quien logra realmente construir un pequeño personaje que escapa del tono general del filme- , tenga solamente un par de escenas con diálogos esquemáticos, poco creíbles y un desarrollo sumamente precario.

Tanto la forma en que llegan a contactarla, como un planteo posterior para que vuelvan a encontrarse, no resiste el menor análisis y por lo tanto, la narración queda fragmentada, episódica, sin ninguna posibilidad de construir otro pequeño conflicto que no sea esa llegada a ver el mar.

Federico y Santiago Bal tienen química en pantalla, logran trabajos correctos, pero el guion los empuja a situaciones y gags que parecen haberse quedado en aquella revista dorada de los setenta en donde Bal brillaba, con un tono machista y picaresco tan fuera de tiempo y con frases que en algunos momentos llegan a bordear el mal gusto.

Otras secuencias, como un problema de tránsito en donde se cruzan con la policía, se encaran de una forma tan infantil, que el espectador queda atrapado entre el desconcierto y la pena que siente al ver que, sobre todo Santiago Bal, está haciendo un esfuerzo sobrehumano para inspirar hondo y poder “pasar letra” y lograr que, por lo menos, se le entiendan sus parlamentos.

Nacho Garassino (que había tenido mejor suerte en sus trabajos anteriores como “El túnel de los huesos” o “Contrasangre”) aporta corrección en su trabajo de dirección para un guion que tiene serios problemas que ya han sido apuntados.

Quizás nada de eso importe y “RUMBO AL MAR” haya sido la última travesura padre-hijo que han disfrutado al compartirla y eso es lo positivo que se transmite en pantalla y justamente al saber que lo que está sucediendo excede la mera ficción, es que un relato tan imperfecto, termina emocionando y provocando esa melancolía propia de una gran estrella del espectáculo como ha sido Santiago Bal que se despide ante nuestros propios ojos.

POR QUE NO:

«El guion decide resolver de una forma poco creíble y sumamente simplista situaciones, con una estructura demasiado apegada al sketch televisivo y no propia de una propuesta cinematográfica»

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