Por Rolando Gallego
Ezequiel Salinas y Ramiro Sonzini proponen en Mi última aventura una propuesta que profundiza en la relación de dos amigos/cómplices que plantean un último GRAN golpe y a partir de allí cada uno iniciará su vida sin el otro.
El primer encuentro con los protagonistas es de complicidad, música, cerveza, cigarrillos, una noche que tiene un devenir luego en el pasado, en donde la voz en off revela un plan para concretar un objetivo, el último como dupla delictiva.
¿Es una película de amor? ¿Es algo más que una despedida? ¿Hay intenciones de construir un relato que poco explique sobre el contexto vital de los personajes para inventar el lugar, el tiempo y el espacio del relato? En el intento de, alguna manera, dar una explicación se pierde la experiencia vívida de una propuesta atravesada por la historia del cine universal, multiplicando referencias y en donde la Ciudad de Córdoba, con su folklore e identidad, se transforma en otro lugar, en cada escena y bajo el atento ojo de los realizadores.
Mi última Aventura absorbe los paisajes, los fagocita, los musicaliza con ritmos propios, con Chébere y Trulalá, con la cerveza, el fernet, los ciclomotores, con encuadres jamás utilizados en el cine local, y reinventando la mirada sobre una clase, sin miserabilismos ni subrayados, tan sólo con el conocimiento y el amor por dos personajes que en su despedida, se regalan un momento único, el de saber que seguirán unidos para siempre por su historia y sus recuerdos.