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Por Marcelo Cafferata

El teatro, el cine y la literatura se han ocupado de diseccionar los momentos de crisis, rupturas y separaciones en las parejas y, en algunos otros casos, se ha recurrido a la típica fórmula “chico conoce chica” para mostrar los contratiempos del inicio de una historia de amor.

En “COMIENZO”, David Eldridge se para frente al material con una mirada diferente: en primer lugar los personajes ya están muy cerca de los 40 y vienen con algunos magullones de experiencias previas. Además, toda su dramaturgia –en ésta, la primera obra perteneciente a una trilogía- está centrada en la atracción que sienten los protagonistas en el juego previo al inicio de una relación, en el umbral de tomar la decisión de ese primer beso.

Laura estrena departamento y organiza una fiesta a la que asisten sus compañeros de trabajo y uno de ellos trae a Danny, un amigo. Todo inicia en ese fin de fiesta, cuando los invitados ya se han retirado y Danny y Laura quedaron solos en el departamento. Danny está bastante confundido porque a pesar de que Laura le atrae, él pensaba que ella se quedaría con su amigo (alguien mucho más ganador y con más experiencia con las mujeres). Para su sorpresa Laura avanza frontal y directa y no va a tardar en decirle que le resulta atractivo y que quiere tener “algo” con él.

Eldrige –y la precisa adaptación que ha logrado esta puesta con ciertos guiños claramente porteños- los deja a solas en ese living y a nosotros, espectadores, viendo como inicia el juego de la atracción inicial. Laura es decidida, frontal, sin pelos en la lengua, expresando sin tantas vueltas todo lo que piensa. Pero del otro lado, Danny nada en sus inseguridades, su poca habilidad con las mujeres (incluso confiesa que se sentiría mucho más seguro si esto fuese una cita de Tinder o de cualquier otra aplicación) y sus problemas de autoestima.

Hay tensión sexual pero cuesta resolverla: Eldridge plantea un constante juego de acercamientos y alejamiento entre los personajes que no logran tomar la decisión de entregarse. Por un lado, Laura contará lo exitosa que es en su trabajo, -Danny no para de elogiarle su departamento comprado en pleno Recoleta con una espectacular vista desde su balcón- aunque ha quedado sola sin padres ni hermanos pero la invade una profunda soledad y, a medida que vayan develando sus deseos más íntimos, confiesa lo que realmente le hace falta en su vida.

Por su parte Danny invadido por la inseguridad y los nervios, se transforma en su peor enemigo, siempre mostrando su costado más vulnerable y construyendo su peor carta de presentación: “tengo roto el radar y por eso no me doy cuenta lo que pasa con las mujeres” “me separé y vivo con mi madre nuevamente” o “si me quedo a dormir acá, mañana a la mañana tengo que llamar a mi mamá y a mi abuela”, comentarios frente a los cuales cualquier mujer quedaría desencantada por completo.

Pero a Laura ninguna de esas aristas con las que Danny se describe a sí mismo la detiene. Insiste que le resulta atractivo, que parece un buen tipo y que quiere tener esa historia con él, aunque poco a poco se irán develando algunos otros ingredientes que transformarán a este vínculo en algo más que un amor de una noche.

La dramaturgia de Eldridge permite que se asome el humor y que sus personajes gocen de su compasión y su comprensión, los hace completamente humanos –con todas sus contradicciones, sus inseguridades y sus zonas más erróneas- y por eso los diálogos suenan reales, espontáneos y no pretenden más que retratar ese encuentro donde aparecen los miedos, las dudas, los fracasos previos, el dolor de algunas decisiones del pasado y las heridas que un nuevo vínculo podría apostar a sanar.

Gastón Cocchiarale compone con mucho carisma a ese Danny que actúa de una forma disparatada frente a Laura, preso de sus nervios, su vergüenza y su falta de experiencia. Se luce tanto en los pasos de comedia que brotan de su personaje como en sus momentos de crisis en donde debe exponer su vulnerabilidad: en todo momento su composición gana fuerza en el verosímil con el que construye a su Danny.

Vanesa González le imprime a Laura, un tono diferente a sus últimos personajes (como por ejemplo “Jauría” o “Después del ensayo” en el mismo Teatro Picadero) y logra la dosis justa para esa mujer segura de sí misma, libre de decir lo que piensa, lo que siente y lo que quiere para ella misma. Una forma frontal que apabulla a Danny, pero que se muestra contenedora y paciente frente a sus inseguridades, un combo que lo atrae poderosamente. Y González explora hábilmente todas esas facetas.

La puesta de Daniel Veronese es, como siempre, precisa y llena de detalles. Desde la escenografía diseñada por Rodrigo González Carrillo hasta la forma en que conduce magistralmente a sus actores para que un texto intenso y lleno de peculiaridades, fluya –aun cuando va y vuelve varias veces sobre el mismo punto- y se sienta real y con notas de actualidad, dosificando armoniosamente ese tinte agridulce del texto de Eldridge sobre dos seres solitarios al borde de producir un encuentro.

COMIENZO

De David Eldridge

Dirección: Daniel Veronese

Con: Vanesa González – Gastón Cocchiarale

TEATRO PICADERO – Pasaje Enrique Santos Discépolo 1857 – Sábados 22 hs. / Domingo 18 hs.

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