
Por Marcelo Cafferata

Betiana Blum parece, en cierto modo, predestinada a componer madres posesivas y controladoras. En “El día que me muera”, una madre judía que lleva varios años sin ver a los hijos que viven en el exterior (quizás como única manera de poder huir de ella) finge su propia muerte y organiza un falso velorio con tal de volver a reunirlos. Algo de esto, aparece también en “LA PIPA DE LA PAZ” la obra de Alicia Muñoz que la cuenta como protagonista y en la que también Blum asume el rol de directora del espectáculo.
En este caso es Felisa, una madre que tiene sus dos hijas mujeres con las que se encuentra distanciada por diferentes motivos –lo que implica un distanciamiento con sus nietos- y tiene una particular preferencia por su hijo varón que no vive en el país dado que trabaja para la ONU y va cumpliendo diferentes misiones pacificadoras alrededor del mundo. Usando todo su talento para hurgar en la culpa y con cierto aire manipulador, Felisa lo llama a Nueva York y le dice que si la quiere volver a ver con vida, que por favor se apure… y obviamente su hijo dejará todo para verla de inmediato. Paradójicamente, un mediador de la ONU que debiese estar atento a sus misiones en pleno África, deja todo y viene justamente a mediar entre conflictos más domésticos, tratando de acompañar a su madre en un momento donde el equilibrio de la familia, tras la muerte de su padre, parece no encontrar un buen rumbo.
El texto de Muñoz tiene la calidez de ser bien argentino (alejado de todas las traducciones extranjeras que llegan a nuestro teatro) con lo cual permite a la platea, rápidamente sentirse parte de lo que está sucediendo y verse reflejado. En cierto modo, esa simpatía casi inmediata que uno siente por esos personajes y algunos detalles de la escenografía y de la puesta que nos permiten rápidamente vernos inmersos en una casa de barrio parecida a la casa familiar de cualquiera de nosotros- permitirá perdonar ciertas estrategias poco creíbles con las que se justifican algunas de las acciones de los personajes –por ejemplo, que el hijo pueda viajar de un minuto a otro teniendo misiones tan importantes para atender o algunos diálogos poco creíbles con su esposa- y acompañar a la historia que se propone, sin hacernos demasiadas preguntas sobre los verosímiles.
Felisa vive, además, presa de su pasado: con la memoria omnipresente de su fallecido esposo con el que dialoga y consulta todas sus decisiones. Aún así le es imposible flexibilizar y negociar con sus hijas, con una dureza que no le permite aceptar ciertas situaciones que en su mirada tan estructurada, le resulta imposible incluir. En cierto modo, su forma de maternar, su rigidez y su posesión y necesidad de controlar cada movimiento de sus hijos, pinta un fresco de toda una generación, que hace que la platea se sienta rápidamente identificada y hasta se pueda reír de los diálogos más desopilantes e incisivos que plantea Blum en su personaje y en su estilo como directora. Ese efecto sanador de poder reírse de las propias desgracias y de un arquetipo de madre controladora y entrometida que, en mayor o menor medida, todos hemos padecido.
También se genera un espacio de reflexión sobre lo que le sucede a los hijos cuando los padres envejecen, la idea de abandonar el hogar en el caso que no puedan manejarse solos y la resistencia a abandonar un espacio que ha sido habitado por tantos años y que es el “hábitat” natural del que nadie quiere desprenderse.
Muñoz plantea todas estas situaciones que son profundas y dramáticas, abordando todo con mucho humor al que además, la construcción del personaje que hace Blum aporta la chispa, la ironía y la efectividad que sólo ella tiene para lanzar ciertas frases, comentarios y reproches en el momento justo y con la cadencia necesaria para que con algo tan fuerte, aparezca sin embargo la carcajada.
En el rol del hijo, Sergio Surraco puede desplegar todo su oficio y compartir con el huracán Blum el escenario, generando una muy buena química y cumpliendo con su papel, que ya desde el propio texto se plantea como un mero sostén del personaje principal.
“LA PIPA DE LA PAZ” es indudablemente un vehículo perfecto para ver un festival de Betiana Blum con un texto que ella atraviesa para que su lucimiento sea total. La forma en que Blum concibe la comedia y va construyendo su personaje que pretende manejar los hilos de las vidas de sus hijos y que opina vorazmente sobre cada uno de sus actos, pero que al mismo tiempo guarda un espacio para los sentimientos, la importancia de mantener los afectos familiares y sin abandonar la parte sensible de su personaje, es lo que hace que logre una excelente combinación. Y Blum sabe perfectamente cómo manejar las dos caras de Felisa y eso genera en el escenario una chispa particular y el público agradecido de verla una vez más escena apropiándose de un texto tan nuestro, donde poder reflejarnos y fumar la pipa de la paz con las zonas más complejas de nosotros mismos.
“LA PIPA DE LA PAZ”
De Alicia Muñoz
Dirigida por Betiana Blum
Con Betiana Blum y Sergio Surraco
TEATRO ASTROS – Sábados a las 22:00 / Domingos 20:30 horas.