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Por Rolando Gallego

La guerra, el exilio, la identidad, se cruzan de cerca y abren las posibilidades dramatúrgicas de «Condolencias», que de jueves a domingo se presenta en el Teatro Nacional Cervantes.

Una madre (Alejandra Darín) se resiste a imaginar, siquiera, que su hijo Horacio Manuel, uno de los miles y Miles de jóvenes que fueron a la Guerra de Malvinas, haya fallecido en ella.

No lo vio muerto y la comunicación sobre su deceso en combate contenía un error, por lo que aún menos es una posibilidad para ella.

Su marido (Roberto Vallejos), intenta continuar con su vida y acompañar, cómo puede a su mujer, quien todos los años pinta de diferentes colores las paredes de la habitación «para que no parezca un museo».

Un día de esos en los que las rutinas y discusiones por los mismos temas parecen adueñarse de sus cuerpos, la mujer ve en un periódico el rostro de Horacio, siente que es él, y lo va a buscar.

Lo que sigue es un derrotero de dolor, amor incondicional y esfuerzo, en dónde el pasado y el presenten habitan la piel de los protagonistas de una manera tan vital que ya no siquiera importa si Horacio es Horacio o alguien que se asemeja a él.

Alicia Muñoz indaga en las secuelas de Malvinas y dispara una interesante reflexión sobre los cuerpos, las pérdidas y el vacío de la ausencia, y sobre cómo, principalmente, una madre intenta lidiar con la idea de algo que ya nunca formará parte de su ser.

Darín ilumina el escenario en cada intervención, además de conmover, profundamente, con palabras que interpelan e impulsan a reflexionar sobre temas dolorosos.

El resto del elenco acompaña con solvencia, destacándose Mariano Bassi, como ese hombre que decide transitar el pedido desesperado del marido para transgredir la verdad.

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