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Por Marcelo Cafferata

Mientras prepara una ensalada de frutas junto a Primi (una chica discapacitada que la madre ha dejado por un ratito a su cuidado), Lucrecia empieza a contarle fragmentos de su historia personal. Como si fuese un cuento, Lucrecia comienza a sumergirse con algunos detalles en una historia familiar que ha dejado varios sinsabores, sobre todo por el hecho de que su hermano mayor Muni, tuvo que distanciarse de su madre y de toda la familia para ir a buscar su refugio dentro de la “gran Ciudad”, huyendo de ese pueblo en donde era el diferente y por supuesto, el incomprendido.

La dramaturgia de Sebastián Suñé (que va desde el relato autoreferencial de “Una historia para mí”, el riesgo de un musical como “Caníbal” o el café concert con “Taco Gastado”) se interna ahora en una historia completamente emocional, una viaje al territorio personal, a los recuerdos de juventud y a un tiempo pasado que Lucrecia añora y que aún hoy la moviliza. La historia se despliega en dos tiempos en donde la Lucrecia de hoy (brillante Viviana Suraniti) va construyendo a la de su juventud (Lourdes Varela) a través del relato, en donde vuelve sobre aquellos momentos del vínculo a la distancia con su hermano, que tanto la han marcado.

Muni buscó en la Capital abrirse camino con su peluquería, pero al mismo tiempo fue la vía de escape para poder encontrar con total libertad, su identidad sexual en medio de un contexto tan feroz como el del surgimiento del SIDA, el avance sobre la comunidad homosexual y el total desconocimiento sobre el tratamiento de la enfermedad.

En una ciudad que en principio puede parecer tan hostil y ajena, Muni encuentra su lugar, una pareja e incluso le sirve de refugio a Lucrecia para compartir  juntos esos momentos de suma complicidad que ahora siguen dando vueltas en su cabeza, mientras pela la fruta para la ensalada, en lo que se convierte casi un monólogo al que Primi sólo osa interrumpir con algunos mínimos comentarios, también maravillada por la “película” que Lucrecia construye frente a sus ojos.

Si bien el texto permite un completo lucimiento de Viviana Suraniti que encuentra el tono perfecto y una construcción dulce y muy sensible para esa Lucrecia marcada por el pasado pero orgullosa del camino construido, también les brinda a cada uno del resto de los personajes, al menos un gran momento de intimidad con los espectadores, que son esos recuerdos que la dramaturgia de Suñe les construye para que puedan desplegarse y generar ese momento particular dentro de la obra.

Sobre el final, Primi tiene un monólogo donde Lara Singer demuestra una composición detallada y precisa. Lalo Moro, como la pareja de Muni, tiene su gran momento en un cuadro musical como una femme fatale en drag que le permite jugar con un tono completamente diferente dentro de la obra.

Eloy Rossen es Muni y la química que entabla con Lourdes Varela a cargo de la Lucrecia entre joven y adolescente en las escenas donde los hermanos van reforzando ese vínculo fraternal que debieron construir obligadamente por fuera del seno familiar, demuestran que la dirección de Rodrigo Rivero (con una gran trayectoria teatral tanto en el plano de la dirección, como de la dramaturgia e inclusive en rubros técnicos como diseño de luces o vestuario) ha buscado en cada uno de sus protagonistas el brillo particular que conecte con cada uno de los personajes.

Unos de los leit motiv de la obra es que “A veces las historias se cuentan de un tirón”  y así lo hace “UNA VIDA EN OTA PARTE”, dejando casi a Lucrecia sin respiro para que pueda instalar en cada espectador un fragmento de su vida, de los recuerdos que siguen ahí presentes y de esa sensibilidad que nos mueve a todos cuando miramos hacia atrás y volvemos a mirar nuestra propia historia, que por momentos, parecen otras vidas dentro de la misma vida.

UNA VIDA EN OTRA PARTE

De Sebastián Suñé

Dirección: Rodrigo Rivero

Con: Viviana Suraniti – Laura Singer – Eloy Rossen – Lourdes Varela – Lalo Moro

TEATRO DEL PUEBLO – Lavalle 3636 – Viernes 22.30 hs

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