Por Marcelo Cafferata
Con una amplia trayectoria en el campo del documental, Franca González (Premio Konex 2021 como una de las cinco documentalistas más destacadas de la década) con trabajos como “Liniers, el trazo simple de las cosas” (2010) o “Miró. Las huellas del olvido” (2018) entre tantos otros, presenta ahora un ensayo sobre los tiempos de pandemia y aislamiento, “APUNTES DESDE EL ENCIERRO” que se estrena en el marco del Festival LA MUJER Y EL CINE.
El documental abre con una contundente frase de Chéjov sobre el encierro y cómo se modifica la mirada frente a la libertad. Franca González toma esa frase como potente disparador para describir la vida en los tiempos de pandemia y construye un relato con una mirada propia y singular sobre un tema sobre el que, de diversas maneras, han reflexionado en forma de ficción o documental otros directores.
Una ciudad completamente vacía inicia una serie de sensaciones que González narra en primera persona recorriendo lugares y esquinas icónicas de Buenos Aires que aparecen completamente desiertos. A partir de lo que despierta este encierro que se fue prolongando poco a poco muchísimo más de lo esperado, la narración se entrama a modo de diario íntimo y reflexivo marcando claramente dos territorios bien diferenciados: el mundo exterior y la mirada interior.
A diferencia de otros trabajos que se fueron mostrando sobre este tema, la directora evita ciertos lugares comunes: no hay alcohol, ni rituales de desinfección, ni barbijos, ni reuniones por zoom. Elige, para desmarcarse, poder contar lo sucedido desde otro lugar y plantea su ensayo cinematográfico con una contemplación del afuera que invita a la mirada voyeur para ver cómo se fueron transformando las calles, los balcones, las terrazas y el nivel de detalle con el que empezamos a “espiar” las ventanas de los vecinos.
Apela no solamente a las imágenes, sino que “APUNTES DESDE EL ENCIERRO” evoca ciertos aromas particulares, invita a escuchar determinados sonidos con mayor precisión, recorre el territorio de lo táctil –de aquellos abrazos y el contacto que se va perdiendo- por lo que el trabajo no se compone solamente de estímulos visuales sino que permite que participen todas las percepciones y las emociones.
Escenas, tanto propias como ajenas, van construyendo una mirada atravesada por esa sensación de que todos los días son iguales, la monotonía que fue invadiendo el cotidiano y de las otras cosas que se fueron modificando a partir de los protocolos vigentes que cambiaron, fundamentalmente, los vínculos familiares, como por ejemplo lo que le sucede a su madre con su abuela y las visitas en el geriátrico.
González compila en su trabajo imágenes, audios, notas, recuerda algunos encuentros amorosos a escondidas así como su madre comenzó a ver a su abuela con un vidrio de por medio. Nos invita a mirar y mirarnos de otro modo, a que el cine pueda reexpresar y redefinir este espacio repentino, abrupto e inesperado, que puso al mundo y a cada uno de nosotros en suspenso pero que también fue una forma de poder parar, revisar(nos) y lograr un conocimiento de lo propio que, de otra forma, no hubiese surgido.
Sobre el final y con una frase contundente, González invita a dar vuelta la página y comenzar a pensar en otra cosa: una de las invitaciones más promisorias y plenas de libertad que se nos puedan hacer en este contexto.