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Por Marcelo Cafferata

Mora Arenillas es Jimena, una joven absolutamente fuera del sistema que, ante la muerte de su madre, se enfrenta a una situación económica sumamente vulnerable. Emprende un viaje a Rio Grande con sus últimos ahorros y con el objetivo de reencontrarse con Mariano, su medio hermano (Rafael Federman) al que ella ve como su única “tabla de salvación”, el único vínculo posible para poder encontrar una ayuda frente a su situación tan extrema que se deja entrever desde las primeras escenas, a través de pequeños detalles.

La ópera prima de Micaela Gonzalo distribuye su relato entre el retrato personal de Jimena frente al cambio en medio de su proceso de duelo, la nueva convivencia con su hermano y el inicio de un nuevo estilo de vida en una geografía tan lejana y por otra parte, el impacto del ingreso de Jimena en el mundo laboral, otro territorio para ella desconocido.

Con un registro muy cercano a la incisiva mirada del mundo del trabajo que han construido, por ejemplo, los directores franceses Laurent Cantet (“Recursos Humanos” “El empleo del tiempo” y Sthéphane Brizé (“El precio de un hombre” “La guerra silenciosa”), Micaela González retrata con su propia impronta, las relaciones laborales y la voracidad del mundo empresario, a través de los vínculos que se desarrollan en una fábrica que ensambla teléfonos celulares dentro de la zona franca de Tierra del Fuego donde Jimena consigue un trabajo “estable”.

En medio de reclamos por la precarización laboral, situaciones de abuso y violación de los derechos del trabajo, el ambiente en la fábrica exige cierta toma  de posición y compromiso sindical, frente al grupo de trabajadores que se sienten explotados por un sistema que no respeta las condiciones mínimas y prefiere no correr riesgos, tomándolos como su variable de ajuste. La inestabilidad laboral, la posibilidad de una huelga, la sombra de un potencial cierre en lo inminente y la falta de horizontes laborales genera presiones, angustias y enfrentamientos dentro de un universo que Jimena parece atravesar por primera vez.

Desde dormir en la calle, estar a la expectativa de comer las sobras, hurtar algo que aparece como un imposible, también diagonalmente “LA CHICA NUEVA” se ve atravesada por el tema del dinero y la tensión que éste genera. Si bien Jimena y Mariano parecen tener posturas enfrentadas y pararse de una forma completamente diferente frente a él, hay algo frente al dinero que los iguala, ya que es el factor de contradicción entre sus valores éticos y morales y lo que en realidad ponen en acto frente a una pulsión de supervivencia.

El espacio del trabajo no solamente será para Jimena el vínculo con el mundo exterior, la manera de ir logrando un pequeño ascenso social y el lugar en donde Mariano le propone ciertos negocios espurios, sino también la posibilidad de encontrar una atracción amorosa en una de sus compañeras de trabajo. El guion de la propia directora junto a Lucía Tebaldi permite abarcar toda esta gama centrando el mundo de la fábrica como otro personaje más dentro de la trama, punto observacional por excelencia, dotándolo de un total protagonismo.

Otro punto interesante de la propuesta es el trabajo con los propios trabajadores y trabajadoras de la Cooperativa generando una mixtura entre actores y no actores que potencia la veracidad y la vigencia de esta temática.

La narración discurre sin golpes de efecto ni diálogos discursivos, con ese paisaje de Rio Grande que presenta cierta hostilidad frente a  la desolación y con un clima desfavorable. Tanto los diálogos breves como la mirada que deposita la cámara de Micaela Gonzalo sobre los personajes en ese entorno frío, van hablando por sí mismos y acompañan esa sensación de desamparo. Es notable el trabajo que logra Mora Arenillas en un nuevo protagónico a su medida, al que se suman los sólidos secundarios de Jimena Anganuzzi, Laila Maltz y Rafael Federman.

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