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Por Marcelo Cafferata

En el camino inverso al caso del asesinato de María Marta García Belsunce, del que primero se conoció la serie documental “Carmel: Quién mató a María Marta?”, el excelente trabajo de Alejandro Hartman y luego apareció la miniserie que le dio al caso un tratamiento de ficción, en el llamado el robo del siglo, cuando en Enero de 2006 se vaciaron varias cajas de seguridad de la sucursal Acassuso del Banco Río, primeramente apareció el filme de ficción dirigido por Ariel Winograd y protagonizado por Guillermo Francella y Diego Peretti y recién después aparecieron los verdaderos protagonistas en la película documental que ha estrenado Netflix recientemente, “LOS LADRONES: la verdadera historia del robo del siglo”.

Este trabajo documental dirigido por Matías Gueilburt pone el foco en los verdaderos protagonistas de la historia pero fundamentalmente en Fernando Araujo, el Artista e ideólogo del robo que relatará en primera persona esta hazaña revestida de épica que condimenta con algunos aspectos de su personalidad realmente llamativos (su duro entrenamiento físico, el cultivo y consumo de cannabis, una personalidad magnética y sobrevalorada de sí mismo) que lo constituyen en un atractivo personaje que lleva la voz cantante del documental.

Hay algo de fascinación en la cámara de Gueilburt con éste y todos los protagonistas, un peligroso tránsito por el filo de la navaja que hace perder de vista que todos ellos han sido procesados y condenados, como si fuese mucho más atractivo naturalizar y humanizar a los delincuentes, “confundiéndolos” con adorables personajes de ficción. En esto también podemos emparentarla con el caso de María Marta en donde algunos personajes fuertemente implicados en el asesinato alterando o escondiendo pruebas, hablan a cámara con cierta impunidad, como si todo lo sucedido hubiese sido una situación completamente natural.

Por momentos “LOS LADRONES: la verdadera historia del siglo” no hace honor a ese título sino que los presenta como genios, se enamora de la táctica y la estrategia que desplegaron para su aventura y corre los límites éticos cuando toma posición y sostiene en imágenes lo que ellos mismos ponen en palabras “robar está mal… pero robar a un banco, que le hizo tan mal a la gente, no está tan mal” y cuando inclusive se confunde la planificación del robo con un “trabajo”.

El tema es indudablemente atractivo, y también lo es la reconstrucción con todos los detalles que recuerdan de aquel 13 de Enero de 2006, con los testimonios de  los  momentos vividos por los protagonistas –en donde no solamente están los delincuentes sino empleados del banco, testigos y miembros de la fuerza policial- intercalados con fragmentos de noticieros y material televisivo de aquel momento que refuerza el impacto que la noticia provocó a nivel nacional y cómo la banda fue desbaratada cuando fueron delatados por la mujer de uno de los ladrones.

Gueilburt es consciente de la atracción que ejercen los personajes, cada uno con su estilo marcado y personal: Mario Vitette Sellanes, Rubén Beto de la Torre, Sebastián Garcia Bolster y Miguel Sileo, a quienes iremos conociendo a medida que avanza el documental, que tiene un efectivo trabajo de montaje para ir aportando mayores datos a una historia que ya muchos conocían o conocieron a través del filme de Winograd.

Para despegarse de este trabajo anterior, Gueilburt los aborda dentro de su vida privada y sobre todo en su actualidad. Luego de una tarea “heroica” y “artística”, ya han sido condenados, han pasado por la cárcel y lo que más sorprende es escuchar sus testimonios hoy, mezclando anécdotas compartidas con un halo de genios incomprendidos, enamorados con cierto narcicismo de su propia idea, a la que incluso presentan como vanguardista, una performance (casi) perfecta.

Las personas se entremezclan con el personaje que pretenden construir y hay momentos como cuando se  vanaglorian de no saber a ciencia cierta ni cuál es la cifra total que robaron y menos aún donde tienen el dinero guardado, en donde una vez más el límite ético y moral nos invade, o al menos debiese haber invadido al director para que pudiese mostrar diferentes aristas de sus personajes, en vez de encasillarlos como grandes ilusionistas que concibieron un plan genial y merecen todo el reconocimiento por tal proeza.

El enfoque de Gueilburt tanto en su rol de guionista como en el de director se aleja del trabajo documental para ficcionalizar demasiado a sus criaturas pero si lo entendemos como un verdadero producto de plataforma, vemos que cumple con sus objetivos de entretenimiento y pasatiempo, aunque la etiqueta de documental le quede demasiado grande y se coquetee peligrosamente con dejar de lado algunos criterios morales mínimos que hubiese estado bueno contemplar.

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