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Por Marcelo Cafferata

Aún quienes no hayan visto el documental anterior de Toia Bonino, “Orione” (2007), podrán ingresar al mundo de “LA SANGRE EN EL OJO” sin ningún problema. Si bien Bonino los construye en forma de díptico y los hace dialogar permanentemente, su nuevo trabajo puede tomarse en forma absolutamente separada, sin perder ningún detalle.

En aquel “Orione”, Bonino se internaba en la localidad del conurbano que daba título al documental para contar la historia de Alejandro Robles,  adolescente rebelde de una familia humilde, de clase trabajadora, que, alejado de su colegio secundario comienza a participar de las actividades de una banda dedicada a robos y secuestros extorsivos que lo convirtieron en un delincuente y terminó encontrando su muerte temprana y pagando las consecuencias de una serie de malas decisiones.

En ese primer documental, la figura de Alejandro es evocada a través de la voz de su madre -quien pasa gran parte de su tiempo cocinando una torta de cumpleaños para su nieto- y su relato  atravesará desde la infancia y su compleja adolescencia hasta el dolor de no tenerlo, incluyendo un emotivo texto que su hijo le ha escrito como una especie de despedida ante una muerte que se presagiaba anunciada.

En “LA SANGRE EN EL OJO” es interesante ver que se cambia por completo el punto de vista: ahora es Leo, el hermano de Alejandro, quien es el centro del relato y después de haber estado detenido casi por 15 años en un penal, habla desde ese nuevo escenario de libertad y por sobre todo, de su pulsión de vengar la muerte de su hermano.

La voz en off quieta, calma, parece contrapuesta a lo que Leo relata y se complementa con su imagen flotando en la pileta, relajado, en un espacio que se estructura como si fuese el diván de un analista, en donde Leo emprende un relato confesional y profundo, de una honestidad brutal, cruda y sin medias tintas ni concesiones. Esa voz que reconoce la adrenalina y el poder que le brinda(ba) el acto de delinquir, ese empuñar el arma que según sus propios dichos lo hace “sentirse más macho”.

Algunos trabajos documentales como “La Visita” de Lucas García Melo y Juan Mascaró y “Bazán Frías – Elogio de un crimen” de Jorge Colás, hunden sus cámaras dentro del ambiente carcelario ya sea desde los vínculos familiares y el ritual de ir al penal a visitar a sus seres queridos, hasta tomar el caso de Frías como una especie de Robin Hood tucumano que se convirtió en una especie de santo popular y que dentro del penal, a través del arte, se trata de reconstruir su vida y su historia.

Pero en el caso de “LA SANGRE EN EL OJO” el relato es visceral, en primera persona, en carne viva, con el pulso de las heridas abiertas y la búsqueda de justicia. Precisamente para hablar de justicia, la cámara de Bonino muestra en un recorrido silencioso las oficinas abarrotadas de expedientes, que al no tener ya más lugar, tienen fojas y cuerpos completos tirados en el piso: un duro retrato de nuestro sistema Judicial.

Nos sumergimos a través de la voz de Leo dentro del ambiente carcelario, sus precarias condiciones y lo que significa la libertad y el encierro para quienes atravesaron esa particular experiencia. Sus familiares más cercanos –su hija y su ex novia- van completando el retrato de una experiencia dolorosa de la que nadie sale indemne por más que a nuestro protagonista se lo perciba seguro de sí mismo.

Pero nada se compara al dolor de Leo por no haberse podido despedir de su hermano, por saber que alguien los ha delatado y ha provocado esa muerte a puñaladas, herido por la traición parece haber quedado detenido en ese hecho y en la tristeza de no haber podido despedir a su hermano.

Sabemos que el buen ojo del documentalista reside no solamente en saber contar una historia sino en encontrar un protagonista magnético, que como espectadores nos seduzca con su personalidad y nos vaya envolviendo en su historia. Allí nos enfrenta con todos nuestros prejuicios, nuestros preconceptos, y la cámara se vuelve invisible, borra esa idea de que están filmando para que suene espontáneo, natural, fluido.

El dolor del duelo y las heridas presentes forman el hilo conductor de este díptico que se cierra con “LA SANGRE EN EL OJO”, uno de los ejercicios documentales más potentes e interesantes dentro de la 35º edición del Festival.

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