Por Marcelo Cafferata
Recorremos tres de las propuestas que presenta la edición de este año del Festival Internacional de Cine de Mar del Plata en sus diversas competencias, films típicos de la movida festivalera con su dosis de riesgo en búsquedas de nuevas formas de expresión cinematográfica.
LAS MIL Y UNA
de Clarisa Navas
Competencia Internacional
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“LAS MIL Y UNA” es el nombre de los monoblocks de un barrio popular de la provincia de Corrientes. Y allí Clarisa Navas instala su cámara intentando reflejar la realidad de un grupo de adolescentes explorando su sexualidad, su realidad y sus deseos.
Navas logra construir el relato de una forma diferente: por momentos presenta rasgos más aferrados al registro documental pero en otros, vemos claramente que se trata de una ficción aun cuando el límite juega todo el tiempo a ser difuso e impreciso. Esa inteligencia en borrar estos límites entre ambos universos, hacen que la directora pueda ir construyendo este retrato generacional, que parece acercarse al planteo típico de una coming of age, y que por momentos se aleja de ese eje, con registros de un cine social que se emparenta -en algunos tramos- con la rispidez del cine de los Hermanos Dardenne.
Hay otros momentos, en donde se zambulle de lleno en la indagación de la sexualidad de este grupo de adolescentes, desde diversos puntos de vista y recorriendo sus diferentes elecciones, pero haciendo centro en Iris, una amante del básquet, que vive con sus padres y sus hermanos (Alejandro y Darío).
Mientras que sus hermanos atraviesan sus propias aventuras sexuales en las que se permiten hablar sin tapujos de todas sus experiencias sexuales –incluidas algunas ligadas con el homoerotismo-, Iris se ve fuertemente atraída por Renata. La aparición en el pueblo de Renata causa cierto revuelo: no es la típica chica pueblerina y se percibe, de lejos, que es diferentes a todos ellos y entablará una relación más estrecha con Iris, con sus caminatas confesionales en donde desnudarán sus almas y de esta manera abordarán temas de los que Iris parece querer escaparse: pronto se verá interpelada en su sexualidad y su verdadero deseo.
Navas los deja fluir y va registrando con su cámara todos los detalles, genera diálogos atravesados por una fuerte espontaneidad y esa típica sensación de pertenencia. Logra momentos de mucha belleza, aun cuando una duración de dos horas atenta contra el resultado final con algunas escenas algo reiterativas y sin un gran avance respecto de la dramaturgia.
“LAS MIL Y UNA” se arriesga a atravesar ciertos límites que algunas otras cámaras más pudorosas que la de Navas, no hubiesen querido traspasar. Ese es justamente el mérito de un ojo atento, íntimo, curioso, que explora con absoluta franqueza un universo al que no todos los directores se animan a acceder.
LA ESCUELA DEL BOSQUE
de Gonzalo Castro
Competencias Latinoamericana – Argentina
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Estamos en Barcelona, en Gràcia.
Conoceremos la historia de María, argentina, con una hija de 6 años, catalana, que está comenzando su vida escolar. La diferencia del tono porteño con que habla Maria y el de su hija, nos comienza a plantear una historia de exilio y comienza a flotar la pregunta sobre un exilio elegido o si ha sido determinado por otras circunstancias.
Más tarde la escena se completa con la llegada de Iara, la hermana de María y en su interacción, en pequeñas polaroids que nos brinda Gonzalo Castro como director, comienza a trazarse alguna respuesta para esa pregunta inicial sumándose la idea de cómo se construye la propia identidad, la fuerza de los procesos inmigratorios –y sus repercusiones según cada momento histórico que se recicla como si volviésemos a vivir la historia de nuestros abuelos y de este modo todo se resignifica- y el poder apoderarse de una nueva geografía, un nuevo terreno, un nuevo espacio.
Castro elige una narración disgregada, con piezas desparramadas a lo largo de todo el filme donde la decisión de haberse ido del país sólo pende de un delicado equilibrio y el cuestionamiento está flotando en el aire. También elige un brillante blanco y negro que pareciera querer cubrirla de una cierta neutralidad con lo que, muchas veces, cuesta conectar mayormente con el sentimiento de lo que pretenden transmitir los personajes.
Como en tantos otros trabajos de directores contemporáneos y de muchos de los que se presentan en este Festival, una vez más la línea de ficción / realidad es difusa y “LA ESCUELA DEL BOSQUE” al no definirse por ninguno de ellos deja una sensación de híbrido, de esquema sin terminar, aun en sus profundas reflexiones y en esas conversaciones en donde se juega lo identitario mientras una cámara recorre el barrio, el bosque, las calles, la nueva geografía donde desplegarse y crecer.
FAUNA
de Nicolás Pereda
Competencia Latinoamericana – México
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Como si se tratara de un gran ejercicio cinéfilo, Nicolás Pereda juega en “FAUNA” con diversos registros y sobre todo con una particular fragmentación para contar la historia, como una tesis que explica claramente cómo se va armando la ficción dentro de un relato.
Traza alternativas, cruza personajes, da pequeñas vueltas de tuerca pero no como efecto sorpresa como suelen utilizarse sino para mostrar el artificio de contar una historia y poder llevarla para aquel espacio donde el escritor necesita llevar al lector / espectador.
Lo más rico de “FAUNA” es justamente borrar límites, explorar, probar, así como otros directores han explorado diferentes maneras de narración y experimentaron las distintas cuerdas para sorprender dentro de un relato. Quizás por eso mismo, en su faceta más “experimental” o de “improvisación” demanda un esfuerzo adicional para un espectador que no esté completamente dispuesto a ese juego que no responde a ninguno de los preceptos de na narrativa tradicional para contar una historia.
Justamente la riqueza se encuentra en los bordes, en los pliegues que tiende Pereda para ir mostrando ese revés de la trama, esa forma de decirle a su espectador atento que la ficción no deja de ser una manipulación explícita de los personajes, ahí donde el guionista / escrito juega a ser Dios y decidir el destino de sus criaturas, con lo cual ya en la segunda parte, cuando el autor explicita el rumbo y abre más claramente su juego es donde se podrá disfrutar un poco más de una propuesta arriesgada, por momentos algo críptica e indefinible que jamás pierde un sentido del humor corrosivo, extremo y bordeando el absurdo.
Pereda logra transitar esa delgada línea construyendo finas capas superpuestas, descubriendo el dispositivo de la ficción, sin caer en vulgaridades ni situaciones de burdo trazo grueso. Y sólo con eso, ya ha cumplido ampliamente su cometido.