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Por Marcelo Cafferata

Por un momento, en el inicio, las letras de apertura –esa tipografía blanca en un fondo completamente negro-, la música de Jazz y el paisaje inigualable de la Gran Manzana, parecen introducirnos en el universo de aquellas películas de Orion Pictures que filmaba Woody Allen en su esplendorosa década del `80.

Hay algo de Allen sobrevolando el ambiente, hay puntos de contacto en el humor, en el tono obsesivo de las reflexiones, en las neurosis que se despliegan sobre cada uno de los temas y sobre todo, en la figura omnipresente de una Nueva York esplendorosa que ahora recorreremos de la mano de dos notables figuras de su cultura como son Fran Lebowitz y Martin Scorsese.

Atravesar Nueva York como turista es sentir ese vértigo que corre por sus calles y sus barrios, los locales de las grandes marcas ofreciendo todo lo que soñamos comprar, el increíble ritmo de Broadway con sus musicales y sus estrellas luchando por un Tony, el apabullante Times Square y sus carteles de neón que iluminan como si fuese de día esa inconfundible noche neoyorkina, un paseo por el Central Park, el lujo de la Quinta Avenida, los rascacielos y el encanto único de una ciudad veloz y dispuesta a todo para maravillarnos y capturarnos.

La mirada de Lebowitz no es precisamente la de un turista, sino la de alguien que conoce a esta ciudad desde sus entrañas, que la ha vivido, que la ama, que la ha padecido y que la adora en iguales proporciones que detesta a la gran mayoría de sus habitantes… y a través de las charlas con Scorsese repasará momentos de su vida personal, atravesados por su idiosincrasia y su humor plagado de ironía y de sarcasmo.

Ese humor ácido, corrosivo y cargado de incorrección que inunda la gran mayoría de sus ideas –por no decir en todas ellas- no solamente son el deleite del espectador sino que además, lo que más se disfruta, es verlo a Scorsese riendo a carcajadas con cada reflexión de Lebowtiz, con cada anécdota y con cada uno de los detalles que observa sobre esa ciudad que para algunos es deslumbrante y para otros que han nacido cobijados por su ritmo enloquecedor, parece no serlo.

Es por eso que “SUPONGAMOS QUE NUEVA YORK ES UNA CUIDAD”, la serie de siete capítulos cortos presentada por Netflix, muestra a una Lebowitz que se mueve como pez en el agua, profunda conocedora del way of life ciudadano, que fue el eje de sus más famosos textos como ”Breve Manual de Urbanidad” (1981), ó su compilación en “The Fran Lebowitz Reader” (1994).

En cada uno de estos capítulos irá analizando incisivamente alguno de los principales temas que la obsesionan, dueña absoluta de un discurso inteligente, mordaz y con un estilo único y personal que puede adivinarse ya desde su particular atuendo: botas, jeans clásicos y alguna camisa que combine con su galería de chaquetas y blazers que dibujan su personalidad, coronada con el  toque de sus anteojos.

Dos amantes incondicionales de Nueva York como Martin Scorsese y Fran son los anfitriones ideales para acompañarnos a recorrer esa dicotomía de amor/odio que aparece en ciertos tópicos que Martin elige para dar rienda suelta al humor, los pensamientos digresivos y la verborragia de una Lebowitz que aparece iluminada.

En el primer capítulo, luego de un hermoso clip introductorio con las mejores maravillas de una ciudad que difícilmente pueda equipararse con otras, Fran nos habla de la velocidad y el ritmo desenfrenado en el que se vive, “nadie mira por donde va, mirar al prójimo antes que al celular o leer un libro sería muchos más atractivo” disparando sus dardos envenenados sobre la alienación urbana.

En los siguientes episodios posará su particular mirada en el mundo del arte (cine, música, literatura, deporte, danza) y allí se reirá burlonamente de quienes buscan explicaciones y justificaciones del éxito por fuera del verdadero talento. Será luego el turno de los medios de transporte en donde describirá las experiencias de viajar en subte, de las propias estaciones de subte que han ido modificándose a través del tiempo y de la experiencia de viajar en avión (a la que describe como “sórdida y horrible”) y recuerda esas épocas gloriosas en las que podía fumar libremente en los aviones.

Habrá tiempo de hablar sobre el dinero, de cómo se ha ganado la vida (fue taxista (!), mesera y recuerda haber sido solamente educada para ser una buena esposa y cumplir con todas las tareas domésticas), de los placeres culposos (“Culpa y placer pueden ir de la mano?” se preguntará irónicamente), de la literatura y el mundo de las letras y el particular vínculo de los libros con los seres humanos.

No quedarán fuera de estas entrañables charlas entre Marty y Fran el tema del cigarrillo y de las adicciones. Ella tendrá como pancarta “los malos hábitos puede que te maten, pero los buenos tampoco te salvan” y tras la sonora carcajada de Scorsese reflexionarán sobre los cambios que han transcurrido en estos últimos cincuenta años. Desde que Fran iba al pediatra y la atendía con un cenicero lleno de colillas, a la prohibición de fumar en los lugares públicos por el daño que causa el cigarrillo,  entre charla y charla intentarán descubrir cuál es el objetivo que encierran cada una de sus adicciones, porque obviamente Fran sostiene que todas ellas están presentes porque tienen un objetivo bien marcado.

SUPONGAMOS QUE NUEVA YORK ES UNA CIUDAD” es un interesante fresco no sólo de una ciudad apasionante, sino una reflexión lúcida sobre los tiempos que corren, sobre la sociedad y la cultura, en estos momentos donde parecemos no tener tiempo para detenernos a pensar en ninguno de estos temas, con lo cual logra convertirse en una propuesta doblemente inteligente: no sólo por poner en pantalla a dos dotadas personalidades del cine y las letras, sino también para construir un producto diferente y novedoso (a pesar de su formato estructurado y que no pretende escapar de un puñado de entrevistas y charlas), delicadamente editado compartiendo algunos fragmentos de material de archivo con entrevistas actuales dentro del marco de esa ciudad ecléctica que nunca descansa.

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