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Por Marcelo Cafferata

Matías Ganz abreva de muchos de los elementos comunes que tiene con la “comedia uruguaya” (sentido del humor, mirada melancólica no exenta de sarcasmo e ironía, tono gris), pero apuesta a atravesar aún más ciertos límites para trazar una comedia absolutamente negra.

Sobrepasando ciertos estereotipos, el director expone a sus protagonistas a romper cualquier ética posible para lanzarse alocadamente a una desenfrenada carrera en donde “el fin justifica los medios”, lo que hace que su ópera prima tenga un clima exquisitamente atractivo.

Un pequeño hecho ocurrido dentro de la veterinaria de Mario (Guillermo Arengo) en donde inexplicablemente muere un perro, desencadena un efecto dominó cuando ese hecho, en apariencia intrascendente, genere una escalada de violencia inmanejable. Sumado a esto, un robo en la casa familiar empeora el equilibrio de la pareja protagónica y provoca que se instalen provisoriamente en la casa de su hija y su familia, y allí se observará con detenimiento la dinámica familiar y el comportamiento de las diferentes clases sociales, además, con sus diferencias generacionales.

El guion -del propio director- apunta ciertos dardos mordaces e irreverentes sobre las clases sociales, los vínculos familiares, las parejas, pasando por el poder de las noticias, las redes y la influencia que tienen en nuestro cotidiano.  El hecho de llevar a sus personajes al límite, pasando por situaciones extremas fue trabajado en forma delicada y sin ningún tipo de estridencias ni subrayados.

“LA MUERTE DE UN PERRO” es una propuesta diferente compartiendo un humor ácido y una mirada crítica a una clase social que, tras una cierta pátina de corrección, esconde su costado más vulnerable, que se pone de manifiesto cuando un pequeño hecho genera un espiral negativo que los arrastra a los actos más despiadados.

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