Tiempo de lectura: 7 minutos

Por Rolando Gallego

Por el estreno de Me busco lejos hablamos con su realizador, Diego Lublinsky.

-¿Cómo fue volver al documental?

-Fue muy enriquecedor. Cuando egrese de la escuela de cine (la ENERC) yo no me “auto percibía” documentalista, a pesar de que en una escuela uno se ejercita tanto la ficción como el documental. Sin embargo, paradójicamente, mi primer trabajo (entre 1992 y 1995) fue junto a Fabián Polosecki cuando dirigí unos micros documentales que se emitían dentro de otro programa primero (Rebelde sin pausa / Cuidado con el perro), y luego los capítulos de El otro lado y El visitante. Esa fue mi verdadera escuela. En nuestras charlas con “Polo” decíamos que él venía más de “lo documental” y yo más de “la ficción” en realidad nada de eso era cierto porque yo, con veintidós años no venía de ningún lugar (acababa de salir de la escuela de cine) y el, con veintiséis venía de la gráfica.  Una vez, en 1995, le pedí una carta de recomendación porque me quería presentar a un concurso, él se sentó en mi computadora (recién comprada) y me escribió una extensa carta que hoy atesoro como un diploma y como uno de mis objetos más preciados: “Cuando nos conocimos Diego no se mostraba particularmente interesado en el género documental, lo que le permitió acercarse al mismo sin preconceptos ni ataduras. A mi entender Diego es un sensible realizador porque reúne la libertad del artista que construye su propio universo estético a partir de un material desconocido y casi inaprensible que es la vida de los otros. Esto que digo se desprende de la notable capacidad que muestra para inventar ficciones, a partir de situaciones y personas a las que se acerca como un documentalista, casi antropológico. Pero sus recreaciones de la realidad no pretenden tergiversarla, ni adaptarla forzadamente a ninguna teoría política o estética. Diego asume el arriesgado compromiso de trabajar sus ficciones a partir de la realidad porque cree que cuando se enciende una cámara se puede encontrar una de las formas posibles de la verdad y yo creo que Diego la está buscando.” Cuando Polo escribió esa carta ni el ni yo teníamos trabajo. Nuestro último ciclo en televisión había terminado. Durante cuatro años habíamos aprendido un montón de cosas juntos. Sobre todo yo había aprendido de él, de su forma de escuchar. Mi escuela como documentalista fue trabajar con él y en aquel octubre de 1995 con esas palabras, aunque reconozco que exageró un poco, de alguna manera sentí que me estaba dando mi diploma de documentalista. Pero por más elaboración que puedan haber tenido nuestros programas televisivos, (un mes de investigación, una semana de rodaje y otra de montaje), hacer un documental durante tres o cuatro años donde están en juego asuntos familiares y personales, es otra cosa, implica emprender un camino que no se sabe hacia adonde va ni como va a terminar. Para mí “Me busco lejos” fue encontrarle otra dimensión a mi profesión, porque el documental es un formato que juega con el azar, con el destino y con el descubrimiento, y todo eso hace que uno salga transformado de la experiencia.

-¿Cuándo decidiste cruzar tu historia con la de Graziele?

-El documental en principio se proponía mostrar los cambios en la cosmovisión de mi cuñada, una inmigrante que en aquel entonces tenía 19 años y que iba a abandonar su isla natal, de 2000 habitantes en Brasil, para venir a vivir a la Argentina y convivir con mi familia bajo el mismo techo. No sabíamos bien hacia donde derivaría la historia, pero estaba claro que si íbamos a filmar nuestra cotidianeidad, la de nuestra familia, nosotrxs quedaríamos expuestxs. Entonces hicimos una especie de pacto con mi mujer y con Graziele en el que estuvimos de acuerdo en exponernos sin preocuparnos por cómo se nos vería en la pantalla, por si quedaríamos bien o mal parados, con la idea de que enfrentar ese desafío nos haría crecer como familia. Al comienzo, antes de viajar a Brasil a registrar la partida de mi cuñada hacia la Argentina, yo le di varias tareas a Graziele que consistían en que escriba distintos textos expresando como veía a su padre, a su difunta madre, a su hermana, a su abuela, etc. Lo que yo quería era tener un retrato de su punto de vista en aquel momento, fundamentalmente respecto de su familia. Cuando llegó la pandemia,  durante las noches de insomnio, comencé sin proponérmelo, a hacer algo muy parecido a lo que le había pedido a Graziele un año y medio atrás. Yo estaba haciendo el duelo por la pérdida de mi hermano menor, la cual, como toda perdida familiar, reconfigura los roles de cada miembro dentro de la familia. El hecho de poner en papel mis puntos de vista respecto de mis relaciones familiares me hizo revisar las cosas que en mi familia venían dadas y nunca habían sido cuestionadas. En medio de esa especie de “deconstrucción” familiar apareció la voz de mi madre para aportar datos de mi origen que me ayudaron a entender, o al menos arribar a una explicación posible sobre cómo y porqué se fueron se configurando nuestras personalidades (la mía y la de mi hermano) a partir de la dinámica que se vivía en nuestra familia. Volviendo a Graziele, yo sabía que su cosmovisión cambiaría rápidamente por su edad y por su situación de “salir al mundo” y me había propuesto, con el documental, registrar esos cambios, pero de repente el que estaba cambiando era yo, a pesar de haber pasado los cincuenta. Entonces comencé a editar algunas escenas que hablaban de Graziele y otras que hablaban de mí y poco a poco esas escenas empezaron a espejarse y a estructurarse de manera casi natural.

-¿Sentís que se resignifica toda la lucha de ella justo después de la elección histórica de ayer?

-El triunfo de Lula sin duda abre una esperanza no solo para los brasileños sino para toda la región. Pero la lucha de Graziele, para mí, es una lucha por salir del estado de opresión que ella sentía cuando vivía en la isla, una opresión que no parte solamente de la homofobia que avala Bolsonaro, y que a partir de ese aval se reproduce en las calles y dentro de las propias familias. Es una opresión más amplia que abarca cuestiones económicas, políticas y sociales y que está profundamente arraigada en quienes siendo oprimidos se identifican con el opresor y lo votan, no hay que olvidar que Bolsonaro obtuvo un cuarenta y nueve por ciento de los votos. De manera que la lucha entre una opción y la otra que se ofrecía en la última elección fractura y genera peleas dentro de las propias familias brasileñas.  Me busco lejos, cuenta la vida de Graziele poniendo el eje en sus relaciones familiares y en como se ve ella frente al mundo y frente a los demás. Obviamente al exponer su cosmovisión se muestra su postura política y su temor al gobierno de Bolsonaro, que cuando comenzamos el documental estaba a punto de asumir. Graziele tiene ideas muy claras y una postura solida a pesar de haber nacido en un medio muy conservador y dentro de una familia que, en muchos casos piensa diferente. Sin embargo yo creo que su batalla personal pasa primero por superar ciertas carencias afectivas y problemas de comunicación familiar que fueron configurando su personalidad.

-¿Cómo le fuiste dando forma al relato?

-Me plantee hacer una película como vaya saliendo, sin estar atado a ningún mandato, ni de escuela de cine, ni de festival, ni de nada. Olvidando todas esas consignas del tipo “buscar un dispositivo novedoso”, “no usar voz en off”, “que no haya talking head”, etc. En definitiva lo importante era estar abierto a las modificaciones que se irían dando y registrar una búsqueda (o dos: la de Graziele y la mía) tal cual lo iba sintiendo en cada momento y sin importar si el registro era convencional o moderno, anticuado o cool. Dejando las decisiones formales en manos de la intuición. De modo que no pretendí establecer una coherencia de antemano, dejé que la película vaya encontrando su propia coherencia a partir del devenir, de la maduración y del hacer en cada momento lo que sentía que tenía que hacer. A partir de esa decisión formal me fui a Brasil solo con mi cámara y viviendo diez días allí registre todo lo que me parecía que debía registrar. Cuando llegamos a la Argentina comenzó la convivencia y los tiempos se ralentaron porque al principio Graziele, acostumbrada a vivir en una isla donde no hay autos, tenía miedo de salir a la calle y de moverse en la ciudad. Comenzó así una etapa introspectiva para ella en la que la familia trató de acogerla pero pasados unos meses comenzaron los problemas de convivencia. Entonces le propusimos a Graziele suspender la producción de la película en pos de la armonía familiar pero ella decidió seguir. Luego, durante la pandemia, que coincidió con gran parte del montaje, comenzó a aflorar mi parte dentro de la historia.

-¿Qué sabías que sí o sí ibas a incorporar sobre tu historia, la de ella y la de tu familia?

-Lo único que sabía era que iba a registrar la partida de Brasil de mi cuñada y como su cosmovisión iba cambiando al vivir en Buenos Aires, luego sabía que iba a registrar nuestra convivencia y, en alguna medida, la relación con mi mujer (que es su hermana por parte de padre). También intuía que si Graziele dejaba una historia de amor abierta en Brasil con eso, tarde o temprano, iba a pasar algo. Pero más allá de eso no sabía ni que iba a pasar ni como lo iba a contar. La irrupción, con tanto protagonismo de mi historia y la de mi familia fue algo que nació naturalmente. En principio yo nunca me imaginé que podía incluirlas, no solo en esta película sino en “una” película. Yo tenía una imagen de mí mismo como la de una persona bastante convencional, de clase media y sin muchas cosas para contar, sobre todo en el plano autobiográfico. Y en definitiva las cosas que me pasaron tampoco son tan originales, son cosas que le pueden pasar a cualquiera, pero descubrí que el solo hecho de buscarles una explicación y un porque, o de contar como esas cosas me afectaron en su momento podía transformarse en un puente para que en ellas se vean reflejados les espectadores.

-¿Expectativas con el estreno?

-Me gustaría que se repita un poco el clima de algunas de las funciones del Bafici, en la que el público por momentos lloraba y por momentos se reía. En ese entrar y salir de diferentes estados emocionales que se producía en la sala yo volví a revivir los estados que transité mientras editaba la película o mientras escribía los textos. Lo que me gustaría es que se vuelva a establecer ese puente con el público. No espero nada más.

-¿Estas con algún nuevo proyecto?

-Sí, se llama “La noche del volcán” lo escribimos junto a Pablo Schuff (con el que escribimos también Amor Urgente -2018-) y, si bien es una ficción, se basa en muchos de los personajes que conocí cuando hice un capitulo junto a Polosecki dedicado al mundo del billar. Tengo muchas ganas de que se concrete ese proyecto no solo por la historia y por el universo retrata sino también porque además me daría la posibilidad de trabajar con productores a los que admiro y aprecio mucho como Javier Diment,  Vanessa Pagani y Jorge Edelstein.

Compartir en: