Por Marcelo Cafferata
Si algo se puede destacar en el cine de Fernando León de Aranoa es que tiene, en cada entrega, la posibilidad de crear climas e instalar temáticas y tonos diferentes.
Algunos recordarán su mirada al mundo del paro y la falta de trabajo para un grupo de hombres que había superado ampliamente los 40, cuando su fábrica entra en crisis junto con la debacle económica imperante en “Los lunes al sol”, la angustia y las encrucijadas del mundo de los adolescentes de “Barrio” o el universo de la prostitución tanto de españolas como inmigrantes en “Princesas” (y porque no también el traspié que significó la biopic de Pablo Escobar con Bardem y Penélope Cruz en “Loving Pablo”).
Aranoa vuelve a unirse con su actor fetiche, Javier Bardem, en su último título “EL BUEN PATRÓN” visto recientemente en la muestra de cine español en Buenos Aires, “Espanoramas”. En este nuevo trabajo, construye una mirada completamente despiadada al mundo de las pequeñas empresas tradicionales, manejadas a nivel familiar, con una mirada ácida e impiadosa sobre el manejo del poder en estas pequeñas organizaciones.
Los analiza y los disecciona, como pequeños feudos que se erigen alrededor de la figura empoderada de su dueño, que pueden ser, además, el germen de cómo se construyen otras formas organizacionales más importantes e, inclusive –y ahí la mirada punzante de Aranoa gana fuerza- a cómo se manejan ciertas organizaciones políticas.
Bardem es Blanco, un empresario que maneja su micromundo bajo sus propias reglas, aplicando una amable falsedad, haciendo creer que todos los integrantes de su empresa son una gran familia, tal como hipócritamente se hace creer en las pequeñas empresas para que los empleados rindan y produzcan en un clima que simule hermandad . Los problemas que se van presentando tanto dentro de la fábrica de balanzas como dentro del seno familiar de algunos de sus trabajadores, se solucionan con el falso proteccionismo que aplica a cada una de las situaciones, haciendo gala de su doble moral, del doble discurso y de pregonar con un ejemplo que claramente no practica.
La ironía está a la orden del día y nunca mejor que una fábrica de balanzas, ícono simbólico de la justicia para reflejar este mundo de inequidades y arbitrariedades que maneja Blanco, mientras que la imagen que quiere mostrar para el exterior es exactamente la cara contraria, con tal de poder calificar para el premio que quedará en manos de un Jurado que pronto visitará la fábrica.
Coincidentemente con esta visita, diversos sucesos desafortunados harán que el delicado equilibrio parezca estar permanentemente en peligro. Un trabajador vorazmente despedido que acampa con sus hijos frente a la empresa, un hecho policial en el que el hijo de un trabajador ha quedado involucrado, asuntos privados que Blanco quiere ocultar a su esposa vinculados con una nueva becaria que queda en su “mira”, son algunos de los temas que toma Aranoa para trazar una amarga radiografía de un arquetipo de lo más tóxico y temible, que es al mismo tiempo, un retrato real y cercano a cualquier empresario prototípico.
Aranoa se apoya en dos pilares de excelencia. Por un lado, Javier Bardem brillando en un protagónico que permite su total lucimiento en una cuerda que le sienta a la perfección. Por el otro, un guion que apunta a la perfección y en donde todos los elementos que van apareciendo a lo largo de la historia, terminan cerrando de una forma inteligente y armónica, al servicio de una sátira, género que justamente tiene que encontrar su punto justo para no pecar en sus excesos.
Los dardos de Aranoa no sólo apuntan sobre la voracidad de los nuevos esquemas laborales sino a lo rancio de algunas familias tradicionales que viven escondiéndolo todo en el revés de la trama y lo hace con una fábula impecable que está a la altura de sus mejores trabajos.