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Por Marcelo Cafferata

Precedida de una catarata de premios en diversos festivales y Asociaciones de Críticos, sumadas las 7 nominaciones al Óscar  y los dos Globos de Oro ganados como Mejor Película y Mejor Director, “LOS FABELMAN” llega finalmente a la pantalla grande con una historia simple y emotiva, en donde el Maestro Spielberg repasa, con una historia de tintes claramente autobiográficos, el inicio de su pasión por el cine.

El leit motiv de “captura cada momento” es algo que recorre la totalidad del film, donde la cámara, aliada incondicional de Sam Fabelman (un perfecto e inequívoco alter ego del propio Steven Spielberg), irá dejando testimonio de cada uno de los momentos vividos tanto en el descubrimiento de la posibilidad de narrar una historia y comenzar a hacer cine, como de detener el tiempo y dejar plasmados fragmentos de una historia familiar en un puñado de imágenes que quedarán guardadas entre los recuerdos más preciados.

En “LOS FABELMAN” Spielberg vuelve al tono de épica, pero sin centrarse en un gran momento de la Historia, sino sumergiéndose en la suya propia para narrar en tono de biopic completamente atravesado por la nostalgia, momentos de su infancia y su adolescencia en donde, entre otras tantas cosas, descubre su pasión por el cine. Impulso que le permitió consolidar más de 50 años de carrera desde su “Reto a Muerte” de 1971 pasando por títulos inolvidables como “E.T.”, “Indiana Jones”, “La lista de Schindler”, “Jurassic Park”, “El Color Púrpura”, “Tiburón” o “Encuentros Cercanos del tercer tipo” sólo para mencionar a algunos de ellos y mostrar no sólo el arco creativo de un autor que supo transitar absolutamente todos los géneros, sino que como cineasta logró adaptarse y generar contenidos propios de cada uno de los movimientos que fue teniendo el cine en su medio siglo de carrera.

Con un tono de fábula que le sienta muy bien a la historia (la elección del apellido de la familia justamente permite ese juego de palabras), Spielberg va narrando momentos particulares de su infancia, desde la primera vez que asiste al cine y queda sorprendido frente a la creación de Cecil B. de Mille de “El espectáculo más grande del mundo” hasta algunos de su adolescencia siempre con su historia familiar de fondo.

Spielberg pone un acento especial en la relación que mantiene el protagonista con sus padres (brillantes interpretaciones de Michelle Williams y Paul Dano) que se muestran con dos personalidades  completamente diferentes. Mientras ella es una artista que toca el piano y ama bailar, afectuosa para con sus hijos, él es un estructurado ingeniero que se muestra frío y distante en los afectos y preocupado por mejorar su posición laboral, arrastrando a la familia en un cambio de puesto que agrava algunos conflictos.

Pero hay un punto de crisis del cual el propio Sam fue testigo justamente a través de la lente de su cámara, un momento bisagra dentro de la historia familiar que queda captado en imágenes y donde él se verá involucrado directamente subrayando la potencia del cine como testimonio de cualquier acontecimiento.

Spielberg nos conduce durante dos horas y media por este relato con una fuerte impronta en primera persona y si bien lo dota de todos los condimentos necesarios para disfrutar de grandes momentos: la religión ya marcada desde el colegio secundario en donde prácticamente no había chicos judíos y él era el diferente, la visita de un tío materno (con una deliciosa participación de Judd Hirsch), el apoyo familiar a que descubra y crezca en su carrera artística –situación que no le había sucedido a su madre con sus propios padres que le truncaron su vocación-, los juegos infantiles con los primeros experimentos cinematográficos para hacer chocar un tren, el despertar sexual, la despedida de la secundaria, la vida luego de la separación de sus padres, la búsqueda de un primer trabajo…, se percibe en algunos momentos una clara noción de Spielberg de cómo conducir el espectáculo sin necesidad de hacer grandes esfuerzos y optando por el camino más previsible (por momentos haciéndonos acordar demasiado a relatos sobre la infancia y la adolescencia de Woody Allen como “Días de Radio” o las primeras secuencias de “Annie Hall”).

Sobre el final, Spielberg sabe darle un cierre inteligente y un guiño cinéfilo que se venía esperando –porque justamente la película no apela a referencias cinéfilas permanentes sino que se construye desde un lugar más popular y para todo el público en general- cuando narra su encuentro con el gran John Ford (protagonizado por nada menos que David Lynch!) y aparece ese frase que marcó un rasgo distintivo en su carrera: “Cuando el horizonte está en el fondo es interesante. Cuando el horizonte está arriba es interesante. Cuando el horizonte está en medio es aburrido y soso.”

Evidentemente Spielberg lo entendió a la perfección, porque siempre supo poner su punto de vista desde un lugar donde pudiese marcar una diferencia. Esa que sigue conservando aún en “LOS FABELMAN” y su enorme talento para contar historias.

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