
Por Rolando Gallego

En un futuro no tan distante, y tras haber sentido en carne propia la afectación de los cuerpos por una pandemia inesperada, Crímenes del futuro, lo nuevo de David Cronenberg, se transforma en una película de denuncia casi sin proponérselo.
El cuerpo es el lienzo con el que un grupo de artistas marginales (Viggo Mortensen, Léa Seydoux) incita a las clases más altas a repensar y repensarse en tanto seres vivos.
Si la asepsia de los entornos han hecho que los únicos alimentos posibles sean elementos no biodegradables, y la anestesia total de los cuerpos el impulso a buscar nuevas experiencias sensoriales, el futuro distópico del realizador canadiense nada tiene de distopía, y aquellas expresiones artísticas, marginales, terminan convirtiéndose en dogmas para todo aquel que se acerque a ver sus performances.
La dupla protagónica imagina un mundo en donde el cuerpo y los órganos son un manifiesto para aquellos que asisten a sus shows, pero no anticiparon las complicaciones que tendrían al involucrarse con un hombre que ofrecerá el cuerpo de su hijo como ofrenda para que continúen experimentando.
Cronenberg vuelve en Crímenes del futuro a temas recurrentes en su obra, la soledad de la tecnología, la sexualidad como continuidad protésica de los cuerpos y el cuerpo como el espacio más importante a controlar.
Película potente, que se eleva gracias a una precisa puesta en escena, con un gran trabajo de CGI y una banda sonora (Howard Shore) que subraya y crea climas propicios para el relato.
¿Qué es el arte? ¿Cuál es la diferencia entre la creación artística y la locura? ¿Cómo hemos anestesiado nuestras vidas y el dolor, físico, termina siendo casi un trámite en nuestras vidas? Solo algunas preguntas que se disparan de una propuesta sólida, valiente y persuasiva.