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Por Marcelo Cafferata

Cortázar sostiene la propuesta de «Querer a las personas como se quiere a un gato, con su carácter y su independencia, sin intentar domarlo, sin intentar cambiarlo, dejarlo que se acerque cuando quiera, siendo feliz con su felicidad».

En un momento de “QUIETO”, la obra de Florencia Naftulewicz con la que Miguel Ángel Rodríguez debuta en el teatro off, uno de los protagonistas se apropiará de esta frase que será un momento bisagra para esta obra escrita como una sinfonía para sólo dos personajes.

Julieta va a visitar a su padre. Ha dejado a sus hijos al cuidado de su suegra y después de ultimar algunos detalles por el celular, se dispone a pasar un par de días en el departamento de su padre, un hombre completamente atravesado por la muerte de su esposa, de la que si bien ya han pasado dos años, lo ha dejado completamente quebrado e inmóvil. Hay cierto abandono y desprolijidad en su aspecto físico, una aparente depresión y una dejadez general en el cuidado de su departamento. La hija intenta poner un poco de orden a esa situación, a veces sin respetar la voluntad de su padre que prefiere seguir atado a los recuerdos de un amor que se fue repentinamente y lo dejó sin un proyecto de vida. 

Desde las primeras escenas, “QUIETO” se sumerge de lleno en los vínculos padre-hija y si bien en los primeros diálogos aparecen algunos reproches, cuentas pendientes, tensiones y quejas que albergan algunos lugares comunes, rápidamente el texto de Naftulewicz construye a través de diálogos simples y verosímiles un entramado mucho más complejo y sutil que se va develando a medida que cada uno de los personajes va descubriendo algunas de sus zonas más vulnerables. Hay mucho por hablar sobre las decisiones que ha tomado ese padre y sobre la figura que ha tenido dentro de la familia.

Su universo tienen cierto hermetismo y no está demasiado dispuesto al diálogo lo que hace que para Julieta la tarea se transforme en un esfuerzo titánico para sacarlo adelante y brindarle su ayuda. A medida que cada uno va develando sus pensamientos, sus sensaciones, sus miedos, sus angustias, van logrando bajar la guardia e ir mostrándose tal como son.

Allí está Julieta dispuesta a apostarlo todo para que las cosas tomen otro rumbo, para disfrutar del tiempo que les queda por compartir pero también deberá cargar con el peso de un vínculo muy distante que su padre ha mantenido con su hermano en el último tiempo –y por lo tanto mediar entre dos de sus seres más queridos-, como también le “reprocha” la distancia que su padre pone con sus propios nietos, para quienes es prácticamente un desconocido.

El texto de Naftulewicz gana en la emoción y en la sinceridad de dos personajes que se ponen en carne viva en el escenario y poco a poco van develando sus dolores, sus golpes, sus frustraciones y esa necesidad tan fuerte que tienen de poder reconstruir y darle otra mirada a todo aquello que no fue, lo que no se pudo dar, hasta ahora.

El texto siempre pone una mirada optimista frente al dolor, en la lucha de Julieta por sacar adelante a su padre y de insistir en encontrar algo que lo sacuda de ese trono de hermetismo que ostenta sentado en su sillón, prácticamente sin moverse y sin conectarse con el exterior. Natftulewicz como dramaturga tiene el don de encontrar las palabras precisas para poner frente a los espectadores un espejo en el que es inevitable no reconocerse inmediatamente, conectar y sentirse identificado, con lo que casi automáticamente cada espectador comenzará su propio viaje de emoción y sensibilidad extrema a algún rincón de un recuerdo con su padre o con sus propios hijos.

Otro de los puntos interesantes de “QUIETO” es el meticuloso trabajo que su director, Francisco Lumerman (de una importante carrera como dramaturgo y director que se ha desarrollado mayoritariamente dentro del circuito independiente), ha plasmado en sus dos intérpretes. Con una puesta en escena simple, apunta directamente a dos actuaciones impecables y ha logrado, sobre todo en el personaje de Renzo, el padre, la difícil tarea de borrar todas las marcas y tics que son tan difíciles de trabajar en actores con una vasta experiencia televisiva como tiene Miguel Ángel Rodríguez.

El trabajo de Rodríguez es de una entrega absoluta, disparando cada frase del texto con una ironía exquisita, con mucho humor, pero también logrando momentos de una enorme ternura, con una actuación que deja de lado cualquier histrionismo para bucear en ciertos gestos, miradas y ciertas formas de decir, para que su Renzo sea completamente inolvidable.

Natfulewicz lo acompaña y se luce en los momentos más complejos de la obra, en los enfrentamientos y en los diálogos cruzados de tensión, donde pone todo su cuerpo en función de poder expresar esa bronca contenida y esa profunda necesidad de que sus dos mundos aparentemente tan contrapuestos, encuentren un punto donde expresar todo el amor que se tienen.

Apenas iniciada esta temporada 2024, no cabe duda que “QUIETO” es una de las sorpresas más positivas que puede disfrutarse entre las propuestas de Nün Teatro.

QUIETO

De: Florencia Naftulewicz

Dirección: Francisco Lumerman

Con: Miguel Ángel Rodríguez – Florencia Natfulewicz

NÜN TEATRO/BAR –  Juan Ramírez de Velasco 419- Viernes a las 21 hs. y Sábados a las 18hs.

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