Por Nicolás Mancini.
Dos jóvenes soldados británicos deben cruzar el frente alemán para avisarle a un importante comandante que aborte un ataque porque el enemigo le está tendiendo una trampa.
A todo esto, que debe pasar antes del amanecer, se suma que el hermano de uno de ellos forma parte del grupo de soldados que se vería abatido si esto ocurriese. El reloj de 1917 comienza a correr segundos previos a que Sco y Blake reciban la orden y no se detiene nunca hasta el final de la película. Bueno, casi nunca.
Sam Mendes, Roger Deakins y Thomas Newman (director, DF y compositor musical) unen sus fuerzas para que 1917 resulte un ejercicio formal y estilístico admirable y ejemplar. La historia está contada en dos grandes falsos planos secuencia justificados por el recurso temporal que azota a los protagonistas en la diégesis. La mayoría de los 110 minutos de película -sin créditos, claro-, los personajes principales caminan, corren, huyen.
La pesadilla bélica que propone Mendes se vale de todo aquello que no sean balas: los principales enemigos de Sco y Blake no son solo los alemanes, es la ausencia de ellos, el espacio, el clima, el agua, la imprevisibilidad, la incertidumbre, el hambre, las ratas.
El equipo tripartita conformado por los nombres anteriormente mencionados encuentra el clímax de su trabajo cuando el film aglomera, a base de una perpetua virtud técnica, tensión, reflexión y exploración.
1917 incita al debate en tres grandes apartados: películas sobre la Primera Guerra Mundial; historias filmadas en un solo supuesto plano secuencia y el lugar del film bélico en la última década.
La primera y última noción van de la mano. En los últimos años no han estrenado muchos filmes sobre la Primera Guerra que hayan recibido demasiados avales, pero hay un antecedente muy, pero muy reciente que sí captó, de manera cuasi unánime, la atención del público y de la crítica: They Shall Not Grow Old, de Peter Jackson.
La cinematográficamente opacada batalla (por las históricamente eficientes películas sobre la Segunda Guerra) logró hacerse visible en los últimos años solo gracias a la aparición de este documental y del ejercicio de Mendes, un checkpoint a recordar si de proyectos venideros se trata que solo demuestra que la suma entre buena publicidad y buen nivel son un equipo imbatible.
Las películas bélicas de la década -si sos de lxs que cuentan al 2020 como último año- que quedarán para el recuerdo encontraron a último momento a una nueva representante hollywoodense. 1917 se une a Hacksaw Ridge y Dunkirk como caballete de un género que supo brillar en otro momento, pero que aún se mantiene en pie con infinitas reversiones de un acontecimiento o con nuevas pequeñas historias que, misteriosamente, nadie descubrió para llevarlas a la pantalla.
Si bien Mendes florea el poderío de la industria, 1917 comparte, al igual que Dunkirk, un lugar entre esos breves y sólidos cuentos bélicos que caracterizaron la década y dejaron un poquito afuera a Estados Unidos: Mandarinas, Tierra minada, Las flores de la guerra, Volinia y La resistencia son algunos ejemplos.
El punto más alto de 1917, y por el cual se destaca ante la mayoría de las nominadas al Oscar, tiene que ver con Deakins y el control absoluto de lo visual en dos complejas simulaciones de planos secuencia que, con la buena mano del director, nunca se notan caprichosas.
La cámara deambula al ritmo de George MacKay y Dean-Charles Chapman y atraviesa con suma soltura tantos decorados como obstáculos (el ayudín llega de parte del montaje, que esconde con artesanía algún que otro corte).
El tiempo corre y el espectador puede hacer mucho más énfasis en ello gracias a los planos eternos; pero a la mitad de la trama, cuando se produce un notorio corte, Mendes invita a la pregunta sobre el sentido que tuvo todo lo ocurrido hasta ese momento: a los sesenta minutos, aproximadamente, el código del film parecer ser manipulado en un momento arbitrario y no mucho menos clave que los que les habían ocurrido a los personajes minutos atrás.
Así como El arca rusa, Birdman o Victoria (esta última ofrece algún que otro plus), 1917 quedará en el recuerdo por su pericia técnica y plástica, algún que otro momento de acción -a tener en cuenta en los minutos finales un homenaje a Los 12 del patíbulo-, el expresivo rostro de MacKay corriendo y varias pequeñas apariciones que acoplan a la perfección a varios de los mejores actores que aportó el cine británico en los últimos años.
Motorizada por un argumento básico y a su ritmo, cansino y un poco engañoso, teniendo en cuenta que los pósters viales venden una suerte de precuela de Dunkirk, 1917 concluye como una película que del lado técnico cuenta con muchísimos logros y resulta óptima, por suerte, para el revisionado, quedando como un oasis dentro de un género que cada tanto sorprende con algún que otro estreno para agradecer.
POR QUE SI:
«1917 resulta un ejercicio formal y estilístico admirable y ejemplar»