Tiempo de lectura: 3 minutos

Por Marcelo Cafferata

AFIRE

de Christian Petzold

Trayectorias

Quizás Petzold nos tenga “mal acostumbrados” con su cine, que siempre se nutre de múltiples interpretaciones y que nos invita a tratar de desentrañar a sus personajes, con una fuerte carga de enigma y atravesados por la angustia existencial y los conflictos del pasado. Es lo que primero nos descoloca de “AFIRE” su nueva película que se está presentando en el BAFICI.

Hay mucho de ritmo de comedia, terreno en el que Petzold había preferido no ingresar y sobre todo, una incertidumbre permanente de hacia dónde va el relato, que desestabiliza de la misma forma que sorprende e invita a dejar atrás cualquiera de los formatos de los que se ha servido en sus películas anteriores.

León (Thomas Schubert, un nuevo protagonista del universo Petzold) es un escritor que parece enfrascado en su propio ombligo y que quiere tomarse unos días de descanso para darle impulso a su segunda novela con la que obviamente padece un bloqueo, después de un inicio auspicioso en el mundo literario.

Con su amigo Félix parten rumbo hacia una casa de la costa donde él pueda avanzar en la escritura y su amigo en preparar un portfolio que también tiene pendiente, pero nada acontece tal cual lo tienen programado. Primeramente porque apenas llegan a la casa, la madre del amigo avisa que está ocupada y que deberán compartir el espacio y luego porque Félix no parece estar tan preocupado por cumplir con su trabajo como León y se tienta más fácilmente con la idea del mar, la playa y el descanso.

De esa idea del mar que comparte con “Undine”, su trabajo anterior y con el que integra la trilogía de los elementos, pasamos al fuego que está avanzando sobre toda la región y que se convierte en un protagonista más de la historia como el factor que desequilibra y presenta un peligro adicional: otro de los tantos factores  con los que debe lidiar León, que se siente permanentemente acechado por cada uno de los inconvenientes que vienen sufriendo desde antes de llegar a la casa.

Ya alejado de sus colaboraciones con Nina Hoss, ahora vuelve a aparecer Paula Beer (“Undine” y “Transit”) como Nadja, la tercera ocupante de la casa que trae, en un primer momento la tensión sexual y una energía completamente diferente para instalarse luego como objeto de deseo sobre el que van girando, alternativamente los otros protagonistas del film. Como suele suceder en los romances de Petzold, hay mucho de amor fou y de presencias fantasmales: ya desde la forma en que elige presentar a Nadja dentro de la historia -que tarda en aparecer en pantalla y que con su bicicleta parece necesario vincularla directamente con otro de sus trabajos anteriores (“Bárbara”)- la idea de una figura etérea e inalcanzable es parte de lo que propone Petzold en este nuevo trabajo, que aún con aires de comedia, pasa por zonas sumamente profundas.

Trabajando permanentemente con el peso de la existencia hasta en el relato cotidiano, Petzold vuelve a armar un rompecabezas interesante (inclusive incorporando miradas más inclusivas sobre las relaciones amorosas) e imprevisible, donde el fuego aparece en múltiples lecturas. Una de ellas, es ese fuego sagrado que parece no aparecer en León hasta que finalmente, con un guiño y un giro cómplice, Petzold retoma esa conexión con su universo desconcertante y sorprendente, de seres quebrados en búsqueda de una redención amorosa donde León quizás pueda dar el salto.

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