Por Rolando Gallego
Natalia Oreiro es una de nuestras grandes actrices. En la primera escena de Casi Muerta, la nueva película de Fernán Mirás, entendemos el devenir que la aventura de María nos ofrecerá como espectadores, o no.
Tras El peso de la ley, su ópera prima, Mirás se permite indagar en una pregunta que acaso a lo largo de nuestras vidas nos hemos hecho varias veces, qué pasaría si me quedara un mes de vida.
En esta ficción, que tiene ese disparador narrativo, las respuestas comienzan a llegar apresuradamente, porque María no está sola, tiene un grupo de amigos que siempre la han sabido acompañar y, en silencio, un gran amor le disparará algunas ideas para esos pocos días que tiene por delante.
Con un sentido del humor negro, muy negro, Casi Muerta se anima a transitar zonas poco recorridas por el cine argentino, que tal vez sí desde la comedia, supo hacer de la muerte y todo su universo, una posibilidad para hablar de muchas otras cosas.
Una sociedad que se ha transformado de acuerdo a búsquedas de igualdad de género y empoderamiento, debe tener discursos y entretenimientos que dialoguen de una manera correcta con ella, y Casi Muerta, independientemente de su explosivo leit motiv, reflexiona y se detiene, deliberadamente, para acercar una historia que reúne muchas inquietudes grupales.
Oreiro se ofrece plenamente, una vez más, a su interpretación, secundada por Diego Velázquez, Violeta Urtizberea, Ariel Staltari, Alberto Ajaka y Paola Barrientos, que de la mano de Mirás permiten disfrutar, a la usanza europea, de una película de “actores”, en un relato que abraza a la protagonista pero que permite el lucimiento de cada uno de los intérpretes.
Una escena enmarcada en la Navidad imperdible, y algunas decisiones estilísticas y de encuadre que refuerzan situaciones y temas que transitan en Casi Muerta como la amistad, los vínculos y el amor no correspondido.
Para reírse y pensar sin dejar de lado la profunda mirada sobre la muerte que atraviesa la historia.