
Por Marcelo Cafferata

En una adaptación libre del monólogo de Jean Cocteau, tantas veces revisitado por el cine y el teatro contemporáneos, Almodóvar logra una interesante relectura de un texto icónico, con una versión que resulta novedosa y que además, mediante innumerables guiños cinéfilos, logra entablar un atractivo juego con el espectador adicto a su filmografía.
Como un profundo conocedor del universo femenino, Almodóvar ahonda una vez más en la sensación de desolación y de duelo que vive la protagonista, quien desde hace tres largos días espera en su departamento la llegada de su amante, para dar fin a una relación que mantuvieron a lo largo de cuatro años.
Ese sentido de final desesperado, de la última conversación que dará cierre a un gran amor, de una llamada telefónica que representa una inexorable despedida –inmerecida, por cierto, dada la importancia que tenía la relación que hubiese merecido un desenlace diferente- irá marcando el tono del relato de “LA VOZ HUMANA” tal como lo conocemos de sus diferentes versiones.
Pero Tilda Swinton no es Anna Magnani ni Ingrid Bergman, y se despedaza de dolor frente a la cámara pero no se doblega, ni sufre desesperadamente, ni se siente tan diezmada por el rechazo como para quedar paralizada frente a su último diálogo, despidiendo un amor que la ha intoxicado.
En su primer trabajo en inglés, Almodóvar logra dar una nueva lectura a la figura de esta heroína femenina, no solamente planteando un orden y una prolijidad desde lo estético, sino subrayando una fuerte contraposición con las versiones anteriores del texto, en donde la sensación de caos personal de la protagonista se traducía en un ambiente confuso y desordenado.
Un elemento que indiscutiblemente se identifica con el texto original es el típico teléfono con disco que nos brinda la icónica imagen de la protagonista aferrada al tubo durante toda la conversación, que es reemplazado en esta ocasión por un moderno par de auriculares que le permitirá al personaje de Swinton, un desplazamiento mucho más libre dentro del escenario, cargado de detalles, ideado por Antxon Gómez. Precisamente, esta escenografía en donde se desarrolla el cortometraje, remite directamente a la teatralidad adherida a la dramaturgia del monólogo y abre el juego al artificio teatral de ficción/realidad y de teatro dentro del cine.
Por otra parte, el hecho de montar todo el departamento donde se desarrolla la historia dentro de un enorme set de filmación, mostrando claramente que se trata de una escenografía armada a tal efecto, genera una particular convención con el espectador, tal como sucedía en “Dogville” de Lars Von Trier.
Sabemos que es falso, la forma en que nos es presentado no nos deja dudas –una imagen cenital nos muestra perfectamente el croquis marcando cada habitación de un departamento sin techo- y sin embargo nos sumergimos en el relato, entregados al contrato tácito que firmamos con Pedro Almodóvar y nos dejamos llevar.
El artificio continúa gracias al diseño de vestuario que modifica el típico camisón o la bata característicos de las protagonistas anteriores, por un impactante vestido de terciopelo rojo diseñado por Balenciaga (quien también aporta otros tres diseños entre los que se destacan un largo vestido negro y un llamativo traje azul) con el que abre la película, al que luego acompañarán accesorios de Channel y un reloj Cartier, trazando desde lo estético un modelo de mujer completamente diferente al que tradicionalmente representaba “LA VOZ HUMANA”.
Almodóvar juega con los colores que se lucen, sobre todo, en la cocina y el baño del departamento e inunda de detalles cada escena (solo para mencionar algunos, están el maniquí de hierro en el dormitorio, los vestidos en su armario, las coloridas plantas de su balcón, los azulejos de la cocina o el diseño de la pantalla de su teléfono) que permiten construir un modelo de mujer acorde con los tiempos que corren. Tilda se calza a la perfección la piel de su personaje y logra dar con ese perfil de mujer psicoanalizada, práctica, dispuesta a entregarse a nuevos sentimientos.
Durante un poco más de media hora, Pedro nos regala una pequeña fiesta cinéfila y sobre el final, Tilda rompe con todos los esquemas del Cocteau más “conservador” y se transforma en una silueta empoderada y decidida a un cierre diferente. Que logra con creces.