Por Marcelo Cafferata
Escritor, cineasta, dramaturgo (y hasta una experiencia teatral que lo ha vinculado con el protagonista de este dueto), Edgardo Cozarinsky sigue buscando formas de expresión y entregándose al juego, aún pasados sus jóvenes 80. En “DUETO” se propone junto a Rafael Ferro, explorar un vínculo de amistad que los une hace ya casi un cuarto de siglo, desde que se vincularon en los inicios de los 2000 para su filme “Ronda Nocturna”.
En tan sólo una hora, Ferro y Cozarinsky se entrega a confesiones que conectan con esa profunda intimidad que han logrado en su amistad, a sentirse con la libertad de hablar de los temas que aparezcan, de saber permanecer uno al lado del otro explorando el terreno del silencio, de volver a reflexionar sobre sus trabajos juntos y también de explorar algunas de sus diferencias. Mientras que Cozarinsky despunta sus vicios de intelectual, Ferro parece ser el modelo de hombre aventurero, actor, deportista –al menos así lo ve su compañero Cozarinsky-.
Este “DUETO” arranca con Ferro confesando su adicción por comprar libros, fagocitándose dos o tres en una semana. Leer es un vicio / leer es un escape: cada uno lo plantea desde su mirada y de esta forma, van estableciendo ya desde el punto de partida de este entrañable trabajo, que hay diferencias en sus puntos de vista y que de ahí quizás provenga justamente el secreto de una amistad perdurable a pesar de la diferencia de edad (de la que también hablan y parece no importarles en absoluto).
Ellos han compartido una película “Ronda Nocturna” y también una obra de teatro “Squash” una experiencia dentro del proyecto Biodrama en la que Ferro interpretaba fragmentos de su propia vida (fue precisamente la primera obra de ese proyecto en donde la persona real cuya vida llega a la escena estaba interpretada por él mismo), zambulléndose incluso en momentos oscuros vinculados con el consumo y situaciones familiares y personales complejas, que Cozarinsky había ficcionalizado a partir de confidencias y cuestiones íntimas del propio Ferro, que luego padeció llevarlas a escena. Tan así fue que al finalizar este trabajo compartido hubo una fuerte separación que los mantuvo distanciados por tiempo y que fue un punto de quiebre.
Hay fotos, filmaciones, anécdotas, viajes (aparecen momentos en Camboya y en Tailandia) y un registro tan confesional como cómplice que se transforma en un homenaje a la amistad y a esa unión tan fuerte que los dos sostienen. “Vos eras lo que yo hubiese querido ser” dispara Cozarinsky, autodefiniéndose como un pusilánime, mientras Ferro es la viva imagen del aventurero y hombre de mundo a la que aspiraba Edgardo en su juventud atravesada en plenos años ’50, donde el mismo acepta que todo era completamente diferente.
Aparece además una interpretación que Alberto Giordano (investigador, intelectual y docente, Director del Centro de Estudios de Teoría y Crítica Literaria) realiza sobre el vínculo que quedó expuesto en “Squash”. Giordano se pregunta sobre la posibilidad de enamoramiento cuando estos vínculos llegan a una cierta profundidad, a un afecto fuerte que comienza a presentar elementos que se comparten con el terreno del discurso amoroso, apareciendo por ejemplo los celos o el despecho, que también se juegan en una amistad. Los dos transitan estas reflexiones tan profundas con total naturalidad y sensibilidad, como si la cámara no existiese, haciéndonos partícipes de un diálogo íntimo como invitados especiales y compartiendo esta mirada que puede servir como modelo a seguir para las nuevas masculinidades.
Hay recuerdos, hay juego, hay complicidad, pero también hay entrega y emocionalidad a flor de piel en todas las cosas que cada uno de los dos ponen en juego, desnudándose frente a la cámara y logrando momentos de gran sensibilidad como cuando Ferro cuenta el vínculo con su padre y sus últimos momentos juntos.
Amistad, amor, admiración mutua, en “DUETO” también hay mucho de catarsis y hay también espacio para el humor. Sobre el cierre, aparece Castañeda (entre las tantas referencias bibliográficas que tiene el filme) con “La rueda del tiempo” y Cozarinsky-Ferro vuelven a sellar ese pacto que los une de “una amistad que seguirá por algún camino aún después de muertos”.