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Por Marcelo Cafferata

Santiago Loza, director de “Cuatro mujeres descalzas” “Los labios” “Extraño” o “La Paz” y con una importante y extensa trayectoria como dramaturgo teatral, un profundo explorador del universo femenino, presenta su última realización “AMIGAS EN UN CAMINO DE CAMPO” dentro del marco de este Festival, con una pequeña historia de mujeres, enmarcada en el medio de las sierras.

Tras la caída de un meteorito en las inmediaciones de un pequeño pueblo dos amigas (Sandra y Tere, Eva Bianco y Anabella Bacigalupo en dos trabajos minuciosos y exquisitos) emprenden juntas un viaje a este lugar, mientras la hija de Sandra vuelve de visita a la casa de familia, abandonando por unos días la voracidad de la ciudad y buscando, de alguna forma, un encuentro con su madre que sigue permaneciendo distante y poco abierta al diálogo.

En ese pequeño viaje que emprenden juntas básicamente evocarán los momentos vividos como la “santísima trinidad”, el terceto que conformaban con su amiga Claudia, que ha fallecido recientemente y ese será el vacío con el que ellas tengan que lidiar, abordándolo cada una de diferentes maneras. Aparecerán recuerdos, anécdotas, algunos reproches (“Vos jamás la lloraste en público”) y hasta algunos chispazos (“¿querés que opine o que te dé la razón?”) dentro de la lógica de volver a reformular su vínculo de amistad atravesado por el peso de la pérdida.

Loza pasea a sus personajes con dulzura, con diálogos breves pero profundos (el guion está escrito junto a Lionel Braverman) y recorren tanto la tristeza como la posibilidad de volver a generar nuevos proyectos y viajes juntas, exploran sus sentimientos siendo fieles a lo que sienten y tratan de ajustar algunas cuentas pendientes, mientras transitan la sensación de pérdida, el extrañar, el aire que dejan las despedidas y las ganas de aprovechar al máximo ese tiempo juntas, por más que aparezcan algunas tensiones.

Como en toda su obra, a Loza le encanta jugar con diferentes texturas: al viaje interior de estas dos amigas, le suma el toque fantástico de la aparición del meteorito, la lectura de poesías de Roberta Iannamico que ofician casi como de “separadores” entre los actos de la película y sobre todo la evolución que intenta  hacer Sandra en el vínculo con su hija.

También Tere le reprocha cierta distancia, cierta frialdad: y ahí es precisamente cuando la mirada de un autor permite definir las sensaciones y los estados por los que atraviesa cada personaje, esos climas internos que no son tan fáciles de transmitir en el cine sin apelar a las palabras.

La belleza de una propuesta simple que crece en ese espejo que refleja a las dos amigas adultas con las de una generación anterior (la hija de Sandra y el encuentro con su amiga Virginia), permite que el guion juegue con una mirada que apunta hacia el futuro y, por otro lado, hablar de lo vivido y del peso del pasado.

Para completar la poesía y la sensibilidad de “AMIGAS EN UN CAMINO DE CAMPO” –una película que también habla de las pérdidas inesperadas y la irrupción de lo sobrenatural como un misterio inexplicable-, tanto la fotografía de Eduardo Crespo como la música de Santiago Motorizado aportan a esa mirada que invita a posarse en las pequeñas cosas, para poder encontrar la belleza en los detalles mínimos.

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