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Por Marcelo Cafferata

Matías Szulanski en cada una de sus películas se arriesga a una narrativa diferente, a personajes anti-convencionales, situaciones bordeando el grotesco y lo patético y logra, aún en los desequilibrios de los resultados, obras personales.

“Astrogauchos” “Recetas para Microondas” o la más reciente “Ecosistemas de la Costanera Sur” hablan de un riesgo en el guion y en la dirección, que comparten precisamente con esta última película “JUANA BANANA”, siguiendo los pasos de la protagonista, una actriz que entre casting y casting, trata de buscar su lugar en el medio y porque no… un proyecto de vida.

Parte del desorden interno de la protagonista (una Julieta Raponi que por momentos se presenta sumamente natural y espontánea y en otros, demasiado forzada en sus risas y sus quejosos mohines) se traduce también en un desorden narrativo que va alejando al espectador de lo que la historia pretende contar. De esta manera, va salpicando algunos temas sin lograr una fuerte cohesión entre ellos: el trabajo, el mundo de los castings, la relación con sus amigos, un novio que le ofrece un vínculo que parece no tener demasiado futuro y un libro misterioso que favorece a seguir erráticamente en la búsqueda.

Emparentada con los retratos de toda una generación que muestran por ejemplo “Clementina” de Constanza Feldman y Agustín Mendilaharzu o de la trilogía del tenis dirigida por Lucía Selles, hay cierto aire naïf demasiado impostado y personajes que, apenas atravesada la presentación no ganan en profundidad ni capturan el interés del espectador. Sólo por mencionar un ejemplo de lo que sale de las estructuras y que, sin responder a los cánones convencionales nos podemos acercar a un producto que pueda tomar compromiso de lo que le sucede a los jóvenes de hoy en día, la serie “Supernova” con dirección de Ana Katz lograba entrar en ese mundo diferente pero con una historia más consolidada y atractiva que no es precisamente el caso de “JUANA BANANA”.

Hay frustraciones, tragedias cotidianas, el amor, los amigos y Szulanski lo relata siempre con su tono políticamente incorrecto y lejos de todo dramatismo, siempre con una sonrisa cariñosa hacia su heroína y los personajes secundarios que la acompañan (donde también se notan algunos problemas con algunas actuaciones), pero a veces, construir una buena película, es mucho más que eso y por más que se hagan presentes las buenas intenciones, el producto se queda muy a mitad de camino.

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